Él fue herido por nuestras transgresiones – Sermón #34

Un sermón de George Müller de Bristol
Un sermón predicado por George Müller en la Capilla Bethesda, Great George Street, Bristol, el 25 de abril de 1897.
Isaías 53.
Este capítulo fue escrito por el Espíritu Santo, a través del profeta Isaías, 74o años antes del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo; y todo lo que leemos aquí acerca de Él se cumplió en Su vida y en Su obra expiatoria. Otra verdad más preciosa entre miles de que la Palabra de Dios es su propia prueba. ¡No es necesario tener evidencias externas de que las Sagradas Escrituras son la Palabra de Dios! ¡Ellos mismas son prueba de sus verdades!
El comienzo del capítulo indica claramente que multitudes podrían escuchar y leer lo que el Espíritu Santo revela en esta porción y, sin embargo, no se recibirá el mensaje de Dios. “¿Quién ha creído a nuestro anuncio?” ¡Comparativamente un número pequeño! “¿A quién se revela el brazo de Jehová?”. El Señor Jesucristo es llamado aquí “el brazo de Jehová”. Así como nuestro brazo es el gran instrumento por el cual trabajamos en conexión con el cuerpo, así el Señor Jesucristo fue el gran instrumento de Dios en la obra; y por eso se le llama “el brazo de Jehová”. “Porque crecerá delante de él como planta tierna, y como raíz en tierra seca; no tiene forma ni hermosura, y cuando lo veamos, no habrá hermosura para que lo deseemos”. Esto trae ante nosotros, en figura, la humildad exterior del Señor Jesucristo y la inferioridad de Su posición en el mundo.
En primer lugar dice: “Crecerá delante de él como una tierna planta”. Una planta tierna, una planta muy pequeña; simplemente algo que brota de un árbol talado, pero un poco de vida en la raíz y un poco de brote. Esto se refiere al Señor Jesú al estar relacionado con la Casa de David, el Hijo de David. La fuerza y el poder y la riqueza, vistos en los días de Salomón, se acabó todo con su madre, según la carne, tan pobre que ella no podía traer un cordero como ofrenda, sino que debía contentarse con un par de tórtolas. No meramente una planta tierna, sino “una raíz de tierra seca”. Se requiere agua para hacerla cada vez más grande, porque solo se encuentra en un suelo seco. “No tiene forma ni hermosura”. Todas las representaciones del Señor Jesucristo como un hombre sumamente hermoso, todas son representaciones extravagantes. No hay nada de eso en lo que respecta a su apariencia exterior. No se encontró “forma ni hermosura” en Él. “Cuando le veamos, no habrá hermosura para que le deseemos”, porque fue a propósito que no debería haber atracción según el ojo de la carne.
“Despreciado y rechazado por los hombres”. Esta era su posición en el mundo. En lugar de ser honrado por todos, buscado por todos, fue todo lo contrario. “Fue despreciado y rechazado por los hombres; varón de dolores y familiarizado con el dolor”. Esa fue una de las razones por las que no había nada atractivo en su apariencia, debido al dolor que continuamente se encontraba en Él, debido a la impiedad en todas las direcciones que lo rodeaban. Esto llenó su corazón de dolor; y, por tanto, no se halló en él ninguna hermosura. “Y nos escondimos, por así decirlo, de Él”, porque no había ninguna atracción por la naturaleza. Su misma apariencia siempre indicaba su comunión con Dios; su perfecta santidad; su aborrecimiento de lo que era aborrecible para Dios. Por lo tanto, los que no tenías ideas afines a él “le ocultaron el rostro”.
“Fue despreciado, y no lo estimamos; ciertamente Él cargó con nuestros dolores y llevó nuestros pesares; sin embargo, lo estimamos herido, herido por Dios y afligido”. La gran mayoría de la gente lo consideraba sufriendo a causa de sus propios pecados; a causa de lo que estaba mal en Él, lo consideraban “herido de Dios y afligido”. Pero los siguientes dos versículos nos dicen la verdadera razón. “Pero él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos sanados. Todos nosotros, como ovejas, nos hemos descarriado; cada cual se apartó por su camino, y el Señor cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros”. Sobre estos dos versículos no digo nada ahora, porque meditaremos más especialmente sobre ellos.
“Fue oprimido y afligido, pero no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero, y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, no abrió su boca”. Aquí se nos presenta la mansedumbre, la docilidad, el sufrimiento paciente, el pasar por pesadas pruebas y aflicciones sin inquietarse ni quejarse, mucho menos murmurar. Una de las figuras utilizadas, “como una oveja”, etc., es muy notable. He visto una y otra vez, con mis propios ojos, cuando las ovejas son trasquiladas, que en lugar de resistir y hacer ruido, lo soportan con mucha paciencia. Y así se cumple la palabra. “Como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció (el Señor Jesucristo), no abrió su boca”.
“Fue tomado de la cárcel y del juicio; ¿y quién contará su generación? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes; por la rebelión de mi pueblo fue herido”. Esto se refiere a la resurrección del Señor Jesucristo: “Fue tomado de la cárcel y del juicio. ¿Quién contará su generación?”. Como consecuencia de lo que hizo el Señor Jesucristo y de lo que padeció, aquí se le debería dar una multitud de creyentes: esta es la generación que no se puede contar. “Fue cortado de la tierra de los vivientes”, y esto no se hizo a causa de sus transgresiones, sino “por la transgresión de mi pueblo fue herido”. En nuestro lugar sufrió como nuestro sustituto.
“E hizo su sepultura con los impíos”. Es decir, como si hubiera sido un hombre ordinario, y especialmente como si hubiera sido un hombre malvado. “Y con los ricos en su muerte”. Eso se refiere particularmente a la espléndida tumba que tuvo, al ser enterrado en el sepulcro de José de Arimatea, una tumba que fue excavada en la roca y, por lo tanto, sumamente costosa. “Porque Él no había hecho violencia”. La palabra “porque” aquí es bastante más correcta en hebreo como “aunque”. “Aunque no hizo violencia, ni hubo engaño en su boca”, tenía que morir y ser sepultado, como si hubiera sido un pecador como nosotros.
“Sin embargo, agradó al Señor herirlo”. Este herirlo se refiere a la grandeza de sus agonías y sufrimientos en su muerte expiatoria. “Le ha hecho sufrir; cuando haga de su alma una ofrenda por el pecado, él verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor será prosperada en su mano”. Todo esto ahora se está cumpliendo. El alma del Señor Jesús, o la vida del Señor Jesús, ha sido ofrecida por el pecado. Él ve su simiente, los innumerables millones que han sido traídos al conocimiento de Jesucristo desde su crucifixión, y los miles y miles, y las decenas y decenas de miles que continuamente están siendo llevados a creer en Él. “Él prolongará sus días”. Él está viviendo ahora después de su resurrección; aunque ya han pasado 1860 años y más, Él es el Viviente, y después de que hayan pasado miles y miles de años, Él seguirá siendo el Viviente. Y de ahí el cumplimiento de la palabra: “Prolongará sus días”.
Pero esto no es todo, porque “la voluntad del Señor prosperará en su mano”. La obra expiatoria se ha llevado a cabo en estos 1860 años, y continuará hasta que todo esté terminado, hasta que Satanás haya sido completamente confundido y las obras del diablo hayan sido completamente destruidas. Así, la obra expiatoria ha continuado y, por lo tanto, el cumplimiento de la profecía: “La voluntad de Jehová prosperará en su mano”. Satanás ha tratado de resistirlo continuamente, pero ha sido frustrado con tanta frecuencia, y la obra del Señor, en medio de toda la oposición de Satanás, ¡todavía continua!
“Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho”. No son pocos los presentes esta misma noche que son regenerados por el poder del Espíritu Santo, mediante la fe en el Señor Jesucristo. Así el cumplimiento, “verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho”. Y este mismo día tenemos razones para creer que multitudes, considerando el número total de seres humanos en la tierra a quienes se ha proclamado el Evangelio, han sido llevados al conocimiento de Jesucristo; cumpliendo así aún más esta palabra. “Por su conocimiento justificará mi Siervo Justo a muchos”. “Mi Siervo Justo”, ese es un título que se le da al Señor Jesucristo. Conociéndole, muchos serán justificados; es decir, llevados a un estado, mediante la fe, en que Jehová puede considerarlos justos, aunque en sí mismos sean injustos. Ese es el significado de estar justificado. “Porque Él llevará las iniquidades de ellos”. Por el hecho de que estos individuos tienen un sustituto, que en su lugar cumplió la ley de Dios y llevó el castigo de la ley, están justificados.
“Por tanto, yo le repartiré parte con los grandes, y él repartirá despojos con los fuertes”. Satanás, los ángeles de Satanás, los poderes de las tinieblas, estos son los fuertes a los que se hace referencia aquí; pero el Señor Jesucristo obtiene la victoria, les quita la presa de las manos y, por lo tanto, recibe la gloria para sí mismo. “Porque derramó su alma hasta la muerte, y fue contado con los transgresores, y llevó el pecado de muchos, e intercedió por los transgresores”. Esto, nuevamente, ha tenido su cumplimiento, y se sigue cumpliento en nuestros días, y se cumplirá mientras el Señor Jesucristo se demore.
Los versículos 5 y 6 traen especialmente ante nosotros los sufrimientos vicarios de nuestro Señor Jesucristo, que Él, como nuestro Sustituto, no solo cumplió la ley de Dios, que hemos quebrantado innumerables veces, sino que Él, poniéndose también en nuestro lugar, soportó el castigo que nos correspondía, a causa de nuestras innumerables transgresiones. Por esta razón, estos dos versículos son sumamente preciosos y deben estar presentes en nuestro corazón y nuestra fe, en nuestra vida y conducta, y deben ser examinados y aplicados continuamente a nuestra vida y conducta, a fin de que, en medio de todos nuestros fracasos y deficiencias, siempre y cuando no sigamos voluntariamente un curso contrario a la mente de Dios, podamos tener “paz y gozo en el Espíritu Santo”.
La primera palabra, ¡qué preciosa! “Ciertamente”. “Ciertamente”, se dice en el versículo 4, “Él ha llevado nuestros dolores”. “Ciertamente” Él ha “soportado nuestros pesares, pero lo estimamos herido, herido por Dios y afligido”. ¡Pero! ¡Oh, qué “pero” es este! ¡“Pero él fue herido por nuestras rebeliones”! Todo lo relacionado con los sufrimientos de Cristo debe dejarse de lado, y simplemente debemos mirarlo en referencia a nosotros mismos, como si fuéramos el pueblo, y el único pueblo, por quien Él soportó todo esto. Y es precisamente en el grado en que podamos aplicar la obra expiatoria del Señor Jesucristo en nosotros mismos, y entrar en ella con referencia a ellos mismos, que resulta el consuelo, la paz y el gozo en el Espíritu Santo. Si pensamos en otras personas, no obtendremos la bendición en su totalidad, ya que de otro modo podríamos obtenerla. Deberíamos escribir, por así decirlo, nuestro propio nombre en el quinto versículo, y decirnos a nosotros mismos, individualmente como creyentes: “Herido fue por mis transgresiones. Él fue molido por mis iniquidades; el castigo de mi paz fue sobre él”, es decir, para que yo pudiera tener paz en mi alma y estar en paz con Dios, por lo tanto, tuvo que sufrir, “y por sus llagas fui curado”.
Y así aplicando todo a nosotros mismos, el resultado será que el corazón rebosará de paz y gozo en el Espíritu Santo; mientras que, por otro lado, cuanto más miramos los sufrimientos de Cristo, la expiación que Él hizo, con referencia a otros, menos resultará de ella la paz y el gozo en el Espíritu Santo. “Él fue herido por nuestras rebeliones”. Aquí, especialmente, no debemos perder de vista el hecho de que no fue meramente el dolor y el sufrimiento corporales lo que nuestro Señor Jesús tuvo que soportar, aunque, sin lugar a dudas, eso fue sumamente grande, sino que pasó por “la hora de las tinieblas”, y su alma santa y justa tuvo que sufrir. Y en relación con todo esto, nunca debemos perder de vista el hecho de que el Padre no le rescató en ese momento, para que, real y verdaderamente, pudiera pasar por todas las aflicciones, miserias, agonías y dolor y sufrimiento de cuerpo, mente y espíritu por el que deberíamos haber pasado a causa de nuestras innumerables transgresiones. Todo esto hay que considerarlo cuidadosamente, para tener la menor idea de la grandeza de los sufrimientos por los que tuvo que pasar nuestro bendito Señor.
Luego se dice además: “Él fue molido por nuestras iniquidades”. Molido, por así decirlo, en el molino hasta convertirlo en polvo por sus sufrimientos; algo como esto es presentado ante nosotros por la expresión: “Molido por nuestras iniquidades”. ¡Oh, la inmensidad de los sufrimientos, la grandeza de las agonías, por las que tuvo que pasar nuestro Señor! Y, ¡oh, cómo esto debe hacernos aborrecernos a nosotros mismos a causa del pecado, porque nuestros pecados trajeron todo esto sobre nuestro Señor! Hablando a la manera de los hombres, si hubiéramos estado libres de pecado, si todos los seres humanos hubieran estado perfectamente libres de pecado, ¡la expiación no habría sido necesaria! Pero por la caída, el pecado se introduce en el mundo y todos los seres humanos en mayor o menor grado son en realidad transgresores, y culpables de actos pecaminosos, palabras pecaminosas e impías, pensamientos, deseos, propósitos e inclinaciones pecaminosas e impías. Por lo tanto, para que pudiéramos ser reconciliados con Dios, para que pudiéramos ser limpiados de todas nuestras innumerables transgresiones, el Señor Jesucristo tuvo que soportar todo esto, para que finalmente pudiéramos ser salvos. “Él fue molido por nuestras iniquidades”. Les pido afectuosamente, mis amados hermanos y hermanas en Cristo, que reflexionen sobre esta palabra, “molido”.
“El castigo de nuestra paz fue sobre él”. Es decir, fue castigado para que tuviéramos paz en nuestras almas y para que pudiéramos reconciliarnos con Dios. Tuvo que soportar todo lo que nosotros mismos deberíamos haber soportado; pero si ponemos nuestra confianza en Él, si miramos la expiación del Señor Jesucristo con respecto a nosotros mismos, entonces tendremos paz en nuestras almas y estaremos en paz con Dios, porque lo que el Señor Jesucristo soportó, lo soportó vicariamente, a causa de nuestras innumerables transgresiones. “Y por sus llagas fuimos sanados”. En el momento en que creemos en el Señor Jesucristo, obtenemos al Señor Jesucristo como Médico Espiritual, y nos ponemos bajo su cuidado, y somos colocados en una especie de hospital espiritual; y ahí quedamos, bajo el cuidado de este Médico infinitamente grande, que nos vela, que nos cuida y que no nos da de alta como incurables, como muchas personas son dadas de alta de los hospitales en el mundo. ¡No así con Él! “El Gran Médico” permanece durante toda la vida que pasamos en la tierra como “nuestro Gran Médico”, y permanecemos bajo su cuidado temporal y espiritualmente. En su propio gran y precioso hospital espiritual, somos guardados hasta que estemos perfectamente curados, perfectamente sanados. En el momento en que creemos en Jesucristo, Él se convierte en nuestro Médico. En el momento en que creemos en el Señor Jesucristo, somos puestos bajo su cuidado, para ser perfectamente sanados. Y en el mismo momento somos ingresados en el hospital del Señor Jesús, y allí nos guardan y cuidan, y nos atienden por el Gran Médico, y nunca nos dejan ir hasta que estemos perfectamente curados.
“Por sus llagas fuimos curados”. Mediante los sufrimientos del Señor Jesucristo, somos curados. La expiación que Él hizo es el gran instrumento de Dios para curarnos, porque no se encontraría ninguna cura espiritual para nadie en todo el mundo, si no fuera por la expiación de Cristo. Pero al reflexionar cada vez más sobre lo que hizo y sufrió en nuestro lugar, poco a poco nos volvemos más libres del pecado, poco a poco nos curamos más y más. Él nos ha aprehendido con el propósito de curarnos, y no nos dejará ir hasta que estemos perfectamente curados, es decir, hasta que seamos tan inmaculados, tan santos, tan libres de pecado y tan celestiales como Él mismo, y como Él mismo estuvo en su vida aquí en la tierra. Y debemos asirnos de esto por fe. Es muy difícil entrar en esto; es más, es completamente imposible entrar en esto por naturaleza; e incluso al comienzo de la vida divina es muy difícil hacerlo.
Yo mismo lo encontré así cuando me convertí hace 71 años y 6 meses, a causa de los malos hábitos que había contraído. Fue sumamente difícil dejarlos de lado. Me había gustado apasionadamente el teatro y estaba allí día tras día. Me habían encontrado en el salón de baile y en la mesa de juego, y una y otra vez a última hora en esta última. Y cuando me convertí, aunque nunca volví a tocar una baraja de cartas, aunque todo había terminado con el teatro, aunque nunca más fui al salón de baile, sin embargo, estos malos hábitos, estas malas tendencias naturales, eran muy difíciles de superar. Comencé a orar para que Dios me diera poder y victoria sobre ellas, pero después de haber estado orando un buen rato, parecía como si nunca fuera a perder mi amor por estas cosas, como si continuamente volvieran a mi mente y deseo. Pero poco a poco, después de todo, ¡obtuve la victoria completa sobre ellas!
Menciono esto para animar a los cristianos jóvenes, para que de ninguna manera se desesperen y supongan que no podrán resistir estas cosas, y que no podrán vivir para la gloria y el honor de Dios. El Señor Jesús es tu Médico. El Señor Jesús te ha tenido bajo su cuidado. Estás en el hospital espiritual del “Gran Médico”, el Señor Jesús, y Él está listo para ayudarte. ¡Míralo! ¡Espera grandes cosas de Él! “Abre bien la boca y Él la llenará”, Eso es. Él responderá a tus oraciones con respecto a las cosas que necesitas. Oh, la bienaventuranza de la posición en la que estamos como creyentes. Todos los que confiamos en el Señor Jesucristo para la salvación, los que hemos nacido de nuevo, los que hemos obtenido la vida espiritual, ¡al final seremos perfectamente santos! ¡Oh, la bendición de esto! Seremos completamente de mente celestial, de modo que a lo largo de la eternidad nunca salga un mandamiento de parte de Dios de que hagamos esto u otra cosa, sino que instantáneamente el corazón dirá: “Me deleito, Padre Celestial, en hacer Tu voluntad”. Y con la mayor presteza llevaremos a cabo la voluntad de Dios; no habrá tardanzas, ni vacilaciones, ni cuestionamientos en nosotros mismos de si lo haremos o no, sino que tan pronto como se emita el mandato, estaremos listos para llevar a cabo su voluntad.
Por todo esto, somos aprehendidos por Dios en Cristo Jesús. No seremos dados de alta del hospital del Gran Médico como personas incurables, sino que al final seremos perfectamente semejantes a Cristo. Esto es lo que se nos presenta aquí cuando se dice: “Por sus llagas fuimos curados”. Habiendo comenzado la curación, vosotros, mis hermanos y hermanas amados, y yo, seremos tan santos al final como lo fue el Señor Jesucristo mientras estuvo en la tierra. Aún no lo hemos alcanzado, pero la obra está en marcha y lo alcanzaremos en el más allá, cuando el Señor nos haya llevado a casa para Él.
“A todos nos gustan las ovejas”. Note aquí, en primer lugar, en particular, que no es solo este, y aquel que se descarriaron como una oveja, sino todos, TODOS, sin excepción. “Todos nosotros, como ovejas, nos hemos descarriado”. Y debe suceder, con cada uno de nosotros que deseamos entrar al cielo, lo siguiente: que en lo más mínimo de nuestra alma seamos capaces de reiterar esto, y decirle a Dios: “Así es que yo, un pecador culpable, me extravié”. Todo el que supone que él o ella es bueno o buena, y que merecen el favor de Dios porque no han sido malos, sino buenas, excelentes personas, están en el mayor error.
Piensan, sobre la base de su propia bondad, ir al cielo por fin. Sobre la base de nuestra propia bondad, ¡podemos ir al infierno! Pero no hay entre la innumerable multitud de espíritus glorificados un solo individuo que haya llegado allí sobre la base de nuestra propia bondad; porque, lo repito, sobre la base de nuestra propia bondad solo podemos ir al infierno, y no al cielo. No tenemos bondad propia. ¡No hay nada, NADA de bondad en nosotros por naturaleza, sino todo lo que es contrario a la mente de Dios! Y lo peor de todo es que ni siquiera vemos que sea tan malo, es decir, en nuestra condición natural. Pero está el hecho; la Palabra de Dios lo declara. Solo tenemos que leer los primeros tres capítulos de la Epístola de Pablo a los Romanos, y el segundo capítulo de la Epístola de Pablo a los Efesios, y hay abundantes pruebas de cómo es con nosotros naturalmente.
Pero aunque así con nosotros, que como ovejas nos descarriamos y cada uno se apartó por su propio camino, hay esperanza en cuanto a la salvación de nuestras almas. Para el transgresor más grande, para el transgresor más antiguo, si tan solo acepta lo que Dios nos ha provisto en la persona del Señor Jesucristo, hay esperanza y nadie necesita desesperarse. “Cada uno se apartó por su propio camino”. Note esto particularmente – “su propio camino”. Ese es el gran pecado. No es que todo el mundo sea un borracho, o que todo el mundo sea un ladrón, o que todo el mundo esté acostumbrado a decir nada más que mentiras. Puede que no sea así en absoluto. Hay personas que en toda su vida nunca han bebido más de lo debido, que nunca han sido culpables de quitarle a nadie tanto como el valor de un alfiler que no les pertenecía; de hecho, toda su vida y su comportamiento, en una variedad de formas, pueden no ser del todo malos en apariencia. Pero este es nuestro pecado: que por naturaleza vamos por nuestro propio camino, en lugar de seguir el camino de Dios; y vivimos para agradarnos a nosotros mismos, en lugar de vivir para agradar a Dios y hacer su obra como deberíamos. Hacer nuestro propio trabajo, complacernos a nosotros mismos, seguir nuestro propio camino; este es el gran pecado del que todos los miembros de la familia humana son culpables por naturaleza. ¡Y debemos venir a ver esto! Si no lo hacemos, no tendremos ningún consuelo en cuanto al cielo como nuestro lugar y porción.
Pero mientras se dice, y es perfectamente cierto con respecto a nosotros, que como ovejas nos descarriamos, que cada uno se volvía por su propio camino, se agrega: “Y cargó Jehová sobre él la iniquidad de todos nosotros”, ¡Oh, cuán precioso es el consuelo! Si no se hubiera agregado esto, ¡no habría tenido ni una pizca de consuelo en mi propia alma! No podría haber tenido ninguna perspectiva con respecto al cielo y la gloria al final. Pero se agrega, y se agrega para cada uno de nosotros, los más débiles y los más endebles creyentes: “Y Jehová cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros”. Por mi hábito de ir al teatro a divertirme; por ir al salón de baile; por haberme encontrado en la mesa de juego, a veces hasta las doce de la noche, sí, de una vez a las dos de la mañana, por esto mi precioso Señor Jesús fue castigado. Que malgasté mi tiempo, que malgasté mis facultades y mi dinero, todo lo que Dios me había confiado como mayordomo; que viví para mí, me complací; que al viajar buscaba la felicidad, en lugar de buscar la felicidad en el Señor Jesus; por todo esto, mi precioso Señor Jesús fue castigado. Él fue de buena gana, dignamente, al castigo; y ahora yo, poniendo mi confianza en Él, soy un pecador perdonado; y así mis hermanos y hermanas en Cristo, haciendo lo mismo, son perdonados. ¡Oh, qué precioso!
Ahora nuestra tarea es aferrarnos a esta verdad para apropiarnos de todo esto; escribir nuestro propio nombre en estos dos versículos, y decirnos a nosotros mismos: “Jehová ha puesto sobre MI Señor Jesucristo MI iniquidad, como MI sustituto, y le ha hecho pagar por MIS pecados con la muerte; y ELLOS han sido perfectamente pagados, no se ha encontrado un solo pecado en MÍ sin perdón, y MI Padre Celestial está perfectamente satisfecho con lo que MI adorable Señor Jesucristo ha hecho por MÍ, y ha hecho por la incontable multitud que cree en Él”. Ésta es la conclusión de todo. ¡Oh, qué delicioso es poder apropiarnos de todo esto para nosotros mismos! No digan mis hermanos y hermanas jóvenes: “Oh, esto estuvo muy bien con respecto a Isaías, y respecto a hombres como Daniel, Jeremías y los Apóstoles; pero eso no se aplica a mí”. Sí, se aplica a vosotros, mi hermano y hermana débiles, mi hermano y hermana pequeños; se aplica a cada uno de nosotros que confiamos solo en el Señor Jesucristo para la salvación. El pecado que hay en nosotros ha sido perfectamente castigado, perfectamente expiado; y ni un solo pecado al final será traído contra nosotros.
¡Por tanto, de nuevo debemos dar gracias a Dios por su don inefable y regocijarnos en Cristo Jesús con profunda gratitud por lo que Dios ha hecho por nosotros en Él!
Este sermón se trata de una traducción realizada por www.george-muller.es del documento original proporcionado por The George Muller Charitable Trust, fundación que sigue el trabajo comenzado por George Müller y que actualmente trabajan en Bristol, concretamente en Ashley Down Road, y que se dedica a promover la educación, el cristianismo evangélico y ayudar a los necesitados. Para más información, puedes visitar su web www.mullers.org