El Dios de toda gracia – Sermón #29

Un sermón de George Müller de Bristol
Un sermón predicado por George Müller en la Capilla Bethesda, Great George Street, Bristol, el domingo 29 de marzo de 1897 por la noche.
“Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Cristo Jesús, después de que hayáis padecido algún tiempo, os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca”
— (1 Pedro 5:10)
Al meditar por un momento en este versículo, notemos, en primer lugar, el título dado a nuestro precioso Padre Celestial. Se le llama “El Dios de toda gracia”. Él es el Dios todopoderoso. Él es el Dios del poder, de la justicia, de la santidad, de la sabiduría, de la compasión infinita. Lleva una variedad de preciosos nombres, porque exponen sus atributos y muestran, todos ellos, su carácter.
Ahora bien, en esta porción, se le llama “El Dios de toda gracia”. Ese es el título más precioso que se le ha dado para nuestro consuelo. Somos pecadores, fallamos en una variedad de formas, hemos fallado en innumerables maneras antes de esto; y, por lo tanto, necesitamos a Uno que no sea solamente Todopoderoso, no meramente justo, infinitamente santo, infinitamente sabio, sino que también esté lleno de piedad y compasión hacia los pobres pecadores, como yo y vosotros. Y, por tanto, esta palabra, que “Él es el Dios de toda gracia”, nos conviene admirablemente. Solo necesitamos un Dios como este. “Él es el Dios de toda gracia”, y si no fuera así, ¿qué sería de nosotros? Pero debido a que “Él es el Dios de toda gracia”, hay esperanza para el pecador más viejo, más grande y más vil de entre nosotros. Nadie debe desesperarse, ya que “Él es el Dios de toda gracia”. Es decir, la gracia que se encuentra en Dios no tiene límites y puede aplicarse a cada uno de nuestros diversos fracasos y deficiencias, cualquiera que sea el carácter.
Incluso existe la posibilidad de que el ladrón más grande, el criminal más grande, la persona más vil que jamás haya vivido bajo el cielo, pueda obtener el perdón por sus crímenes. Hay gracia en Dios, ya que “Él es el Dios de toda gracia”, así que cualquier cantidad de gracia que se necesite, debe obtenerse de Él. Se encuentra en Dios. Los pecados más grandes pueden ser perdonados. Mira el caso de Manasés, y ve lo que Dios hizo por él. Nadaba, por así decirlo, en la sangre de los individuos a quienes había asesinado; y su idolatría fue más allá de todo lo que jamás se había visto. Pero después de que fue hecho prisionero y se humilló ante Dios – lo hizo real y verdaderamente – mira cuán misericordioso y bueno fue Dios con él. ¡Todo fue perdonado! ¡Hay un ejemplo aquí del “Dios de toda gracia”!
Mira, nuevamente, al gran perseguidor Saulo, quien se deleitaba en que los creyentes en Cristo fueran golpeados en cada sinagoga; que se complacía en que los echaran a la cárcel, una y otra y otra vez; que se deleitaba en atormentarlos hasta que blasfemaran en digno y precioso nombre del Señor Jesús; que se alegraba en que se fiera muerte a los creyentes en Cristo. Sin embargo, este gran perseguidor – en su día, tenemos razones para creerlo, el más grande de los perseguidores – fue perdonado. “Obtuve misericordia”, dice él mismo. “Obtuve misericordia”. ¿Por qué? Porque Dios era “el Dios de toda gracia”. Esa era la razón, no porque se lo mereciera, no porque se hubiera convertido en un mejor hombre ahora. ¡No! Mientras iba camino a Damasco, para hacerles a los creyentes en Cristo allí lo que les había estado haciendo a los creyentes en Jerusalén, el Señor Jesús lo encontró y cambió su corazón, y lo convirtió en uno de los hombres más santos que jamás haya existido en la tierra (como un simple ser humano, quiero decir) y esto porque Dios es “el Dios de toda gracia”. Cómo conviene esto a los pecadores, como nosotros, en toda nuestra variedad de fracasos y deficiencias, incluso en el caso de los convertidos. Aunque odian el pecado y aman la santidad, sin embargo, ¡cuántos son sus fallos, sus faltas, sus palabras que son contrarias a la mente de Dios! Aunque no vivan en pecado, y aunque nos sigan un rumbo perverso y torcido, sin embargo, sus fracasos, sus defectos, si no en acción, en palabra, y si no en palabra, en pensamiento, en sentimiento, en el deseo, en el propósito, en la inclinación, ¡oh, cuántos son! ¡Cuántos son nuestros fracasos y defectos! Pero nuestro Amigo y Ayudador en el cielo, nuestro Padre en Cristo Jesús, es “el Dios de toda gracia”.
¡Oh, un título precioso! Y os aconsejo, amados amigos cristianos, que estudien ese título más y más; pensar en ello y orar sobre este nombre dado aquí a nuestro Padre Celestial, para que sean consolados cada vez más por “el Dios de gracia, quien nos llamó a su gloria eterna”. ¡Esa es la perspectiva que tenemos! Los más débiles, lo más endebles, los menos instruidos de los hijos de Dios tienen esta perspectiva ante ellos: ¡Compartir la gloria eterna de Dios! ¡Qué cosa tan maravillosa es esta!
Y toda la gloria que el Padre dará al Señor Jesucristo, a causa de su obra mediadora, los más débiles, los más endebles de los hijos de Dios la compartirán con Cristo, porque son miembros de su cuerpo místico; de los cuales Él es la Cabeza, porque le pertenecen; y esa es la razón por la que la compartirán con Él. A esta gloria eterna de Dios el Padre, y a esta gloria eterna de Dios el Hijo, somos llamados, y hemos obtenido (con el mismo propósito de que podamos estar seguros de que la compartiremos) unas arras, que es el Espíritu de Dios. Y tan ciertamente como somos partícipes de Dios el Espíritu Santo, ciertamente compartiremos la gloria eterna del Padre y del Hijo. ¡Brillantes, benditas y gloriosas, por lo tanto, son nuestras perspectivas!
¿Y cómo llegamos a todo esto? ¿Cuál es nuestro título para todo esto? Dice: “El que nos llamó a su gloria eterna por Cristo Jesús”, más bien en Cristo Jesús, porque pertenecemos a Cristo. No hay bondad, ningún mérito, ninguna dignidad que se encuentre en nosotros; no porque seamos mejores que otras personas, no porque oramos mucho, no porque trabajemos mucho para Dios. Esa no es la razón, sino porque estamos en Cristo Jesús, miembros de Su cuerpo místico. La justicia de Cristo nos es imputada. Él, en nuestro lugar, cumplió toda la ley, la ley que habíamos infringido en innumerables ocasiones. Y así sucede que somos justificados ante Dios, es decir, contados justos, considerados justos, aunque en nosotros mismos somos injustos y sin rectitud.
Esta perfecta obediencia del Señor Jesucristo hasta la muerte, la muerte en la cruz, se nos cuenta, se nos imputa; y por tanto, somos llamados a su gloria eterna por medio de Cristo Jesús. El Señor Jesucristo sufrió en nuestro lugar, como nuestro mediador, y llevó todo el castigo que merecemos a causa de nuestras innumerables transgresiones. ¡Y así Dios, aunque justo y santo y recto, puede en Cristo Jesús darnos esta maravillosa bendición, para compartir su propia gloria eterna, y compartir la gloria eterna del Señor Jesucristo! ¡Oh, las maravillosas y estupendas expectativas que tenemos! Si esto penetrase profundamente en nosotros, cantaríamos y nos regocijaríamos todo el día, en toda circunstancia, en todas las pruebas; pero debido a que profundizamos tan poco en ello, lo aprehendemos tan poco, pasamos por alto mucho de lo que se declara en la Palabra de Dios acerca de estas cosas, ¡y estamos tan desprovistos de felicidad así como estamos ahora! Reflexionemos ahora más sobre todas estas cosas, para que el corazón rebose de gozo, Esto es muy importante, porque “el gozo del Señor” es la fuerza espiritual del creyente mientras estamos en este lado de la eternidad.
“Nos llamó a su gloria eterna en Cristo Jesús, después de haber padecido un poco” – más exactamente y minuciosamente, “después de haber padecido un poco de tiempo”. ¡Es solo un poco de tiempo, en comparación con la eternidad! Supongamos que durara 20, 50 o incluso 80 años, y si fuera aún más largo, sin embargo, en comparación con la eternidad, ¡es un poco de tiempo! ¡Solo por un tiempo! ¡Oh, qué breve será, en comparación con la eternidad! Nunca debemos perder de vista el hecho de que la eternidad es un período sin fin. ¡Mil años son como un día! ¡Mil años, poco tiempo, muy poco tiempo! Y cien millones de años, un poco de tiempo. ¡La eternidad solo estará empezando, aunque hayan pasado mil millones de años! ¡Solo el comienzo de la eternidad! Y cincuenta millones, y cinco mil millones de años, ¡oh, qué poco, qué pequeño período de tiempo en comparación con la eternidad!
Entonces, después de esta vida sufriendo un poco, ¿qué viene? Él os “perfeccionará, fortalecerá, afirmará, establecerá”. ¡Es una declaración positiva! No es simplemente un deseo, no meramente un anhelo, por parte del apóstol, ni simplemente una oración. ¡Él os perfeccionará! Cuando mires tus conflictos espirituales ahora, recuerda que no siempre permanecerán. Tendremos la victoria, por completo, a través de nuestro Señor Jesucristo. ¡Ya no habrá tentaciones! No habrá dudas sobre si haremos algo o no, sino que todo esto se acabará por completo. Se nos declarará la voluntad de Dios, e instantáneamente, sin vacilar un segundo, sin un momento de meditar si lo haremos o no, el corazón dirá: “Tu voluntad, Padre Celestial, es mi deleite perfecto; me regocijaré en glorificarte, haciendo lo que Tú quieres que haga”. ¡Este es el estado de cosas al que nos estamos apresurando! ¡Perfecta conformidad con la mente de Cristo! ¡Obediencia perfecta, universal y eterna a nuestro Padre Celestial! Cuando, de ahora en adelante en la gloria, se nos dé a conocer su santa voluntad, instantáneamente la cumpliremos. Ese es el significado de ser perfeccionados, y esa es la promesa que tenemos.
Él te hará perfecto en santidad e inteligencia; no habrá permanencia en la ignorancia que se encuentra en nosotros, sino que “conoceremos en ese día, tan perfectamente como se nos conoce ahora”. Conoceremos completamente a Dios, conoceremos completamente al Señor Jesús, conoceremos completamente todo lo que es de acuerdo con la mente de Dios, o contrario a ella. ¡Oh, la expectativa brillante, bendita y gloriosa que cada ápice de ignorancia que se encuentra ahora en nosotros será completamente eliminado! Seremos perfectos en cuanto a santidad; seremos perfectos en cuanto a conocimiento. ¡Oh, qué brillantes, qué gloriosas son estas perspectivas! No somos perfectos ahora, ni siquiera en cuanto al conocimiento, ni a la gracia. Más bien lo contrario. Somos débiles y endebles en nosotros mismos todavía, aunque creemos en el Señor Jesús; y aunque odiamos el pecado y amamos la santidad, estamos lejos de ser perfectos. ¡Pero seremos perfectos! Esta es la perspectiva brillante y bendita: “Él os perfeccionará, afirmará, fortalecerá y establecerá”.
Establecerá, es decir, nos dará un estado en el que no habrá doble ánimo; en cuanto a las cosas de Dios, todos con un solo propósito, todo de acuerdo con la mente de Dios. Ésta es la expectativa brillante que tenemos ante nosotros. Entonces seremos fortalecidos, es decir, completamente firmes según la mente de Dios, sin doblez de ánimo en absoluto; una mente, y una sola mentalidad para glorificar a Dios; un propósito, y un solo propósito para vivir y trabajar para Dios; y todo lo que sea contrario a la mente de Dios será completamente eliminado de nosotros. Una perspectiva brillante y bendita esta, que así como estuvo el Señor Jesucristo, mientras estuvo en la tierra, treinta y tres años y medio, así en el futuro será el más débil y endeble de los hijos de Dios; tan completamente dispuestos estaremos, como el Señor Jesucristo, a glorificar a Dios mientras estuvo en la tierra. Esa es la expectativa que tenemos ante nosotros.
Y por último, estaremos afirmados, es decir, seremos llevados a tal fundamento de espiritualidad completa, que una sacudida del fundamento será completamente imposible. Oh, esta perspectiva de ser afirmados, con cimientos firmes, será nuestra; entonces no habrá cambios ni alteraciones, sino un propósito, y un propósito a lo largo de la eternidad, será nuestro: glorificar a Dios, hacer la voluntad de Dios, trabajar para Dios, no tener voluntad propia, ¡oh, cuán brillante es la perspectiva para nosotros, los débiles, endebles y descarriados, como nosotros, para que no permanezcamos así! ¡Oh, cuántas veces nos hemos condenado a nosotros mismos desde nuestra conversión, en el sentido de que no somos del todo semejantes a Cristo, que todavía no estamos siempre inclinados a hacer las cosas que están perfectamente de acuerdo con la mente de Dios, y aunque finalmente llegamos a ello, y hacemos lo que está de acuerdo con la mente de Dios, con todo, dudamos por un momento, consideramos si deberíamos hacerlo o no. Esto no debe hallarse en nosotros; esto muestra que no estamos del todo de acuerdo con la mente de Dios, que la naturaleza corrupta aún se encuentra en nosotros, que el diablo todavía tiene una medida de poder sobre nosotros, y que aún no somos perfectos en santidad.
Todo esto luego se cambiará por completo. Un solo objetivo a lo largo de la eternidad, una sola mentalidad a lo largo de la eternidad, vivir para Dios, glorificar a Dios, sin la menor pizca de vacilación en ningún momento; instantáneamente, cuando se nos presente la voluntad de Dios para ponerle nuestro sello, le obedeceremos, le glorificaremos, haremos su voluntad. ¡Cuán brillantes, benditas y gloriosas estas perspectivas! Ahora bien, ¿hay todavía un incrédulo aquí presente? Si es así, para ti, mi querido amigo, yo diría que de cualquier manera que busques la felicidad ahora, nunca la tendrás, nunca podrás tenerla, a menos que la encuentres de esta manera que he estado señalando, a través de Jesucristo. Los apóstoles, hombres santos, hombres sumamente santos como eran, obtuvieron todo esto por medio de Cristo. No lo consiguieron por su propio esfuerzo. Eran pobres pecadores, culpables y merecedores del infierno, que aceptaron lo que Dios les da a los pecadores en Cristo Jesús.
Tenemos que reconocer ante Dios que somos pecadores y, si no lo vemos, pedirle a Dios que nos lo muestre, y luego confesar ante Dios en oración que somos pecadores y, habiéndolo hecho, poner nuestra confianza únicamente en Cristo Jesús para la salvación. Es esto, y solo esto, lo que trae la bendición y puede traerla. Por tanto, los que aún no son creyentes en Cristo, si desean real y verdaderamente ser felices, ésta es la única forma de obtenerlo; si desean ir al cielo, ésta es la única forma de llegar. Dios conceda que alguna u otra alma pueda ser beneficiada a través de esta nuestra meditación, por amor de Jesucristo. Amén.
Este sermón se trata de una traducción realizada por www.george-muller.es del documento original proporcionado por The George Muller Charitable Trust, fundación que sigue el trabajo comenzado por George Müller y que actualmente trabajan en Bristol, concretamente en Ashley Down Road, y que se dedica a promover la educación, el cristianismo evangélico y ayudar a los necesitados. Para más información, puedes visitar su web www.mullers.org