Cómo vivir una vida feliz – Sermón #11

Un sermón de George Müller de Bristol
Un sermón predicado por George Müller, quien dijo: “He sido un hombre con paz y feliz estos setenta años”.
FILIPENSES 4:4-7
Estos cuatro versículos fueron escritos por el Espíritu Santo a los amados hermanos y hermanas en Cristo aquí presentes. Todos, más o menos, necesitamos el consejo y la exhortación que aquí se nos da. Que busquemos ahora escuchar la voz de Dios el Espíritu Santo en ellos.
“Regocijaos siempre en el Señor” (v. 4). Esta exhortación se da a los creyentes, porque nadie más que ellos puede regocijarse en el Señor. Para poder atenderlo, primero debemos haber sido hechos para ver nuestra condición perdida y arruinada; debemos haber admitido esto ante Dios, y luego haber puesto nuestra única confianza para la salvación en el Señor Jesucristo. Al hacerlo, somos justificados, regenerados, perdonados, nos convertimos en herederos de Dios y coherederos con Cristo; somos llevados al camino del cielo, y el cielo será por fin nuestro hogar.
Al entrar en esto, el gozo en el Señor comienza, pero solo comienza, porque en el grado más alto solo se puede lograr en la gloria. Pero, en cierto grado, comienza entonces el gozo del cielo; y cuanto más nos aferremos a lo que hemos obtenido por la fe en Cristo Jesús, mayor será esta paz y gozo en Dios, mayor, real y verdadera.
FELICIDAD MIENTRAS AÚN ESTÁ EN EL CUERPO
Especialmente también debemos unir a esto, para que este gozo en el Señor continúe, la lectura atenta, diligente, habitual de las Sagradas Escrituras; a procurar llevar a cabo en nuestra vida lo que Dios nos da a conocer en su preciosa Palabra, para que podamos atender a la segunda parte de esta exhortación: “Y de nuevo os digo: regocijaos”. Esto debe notarse especialmente: la alegría comienza atendiendo a lo que he mencionado; pero este gozo continuará para nosotros, seremos felices siempre si vivimos por fe en la obra del Señor Jesús, apropiándonos de ella.
Sabemos cuánto se ha hablado de este gozo en el Señor. Filipenses, en particular, está lleno de eso. Tenemos al comienzo del capítulo 3 esta palabra: “Finalmente, hermanos míos, regocijaos en el Señor”. Luego se repite aquí, pero con esta añadidura especialmente importante: “Regocijaos en el Señor siempre”; y luego, como si todo esto fuera poco, se repite una vez más: “Y, de nuevo digo: Regocijaos”. Se le pone tanto énfasis, porque tiende tanto a la gloria de Dios el dar testimonio al mundo de que no es en vano ser un creyente en el Señor Jesucristo y mostrarle al mundo cuánto obtenemos a través de esta fe en Él, y también al atenderla fortalecemos las manos de nuestros hermanos en la fe.
Luego vienen otros dos versículos: “No estéis preocupados por nada” (v. 6). Eso, como todos sabemos, no significa: “Sé descuidado y despreocupado por completo de tus asuntos familiares y de negocios, y trabaje para el Señor”; sino que, como hemos escuchado una y otra vez, significa: “No te preocupes por nada”. Es el gran privilegio del hijo de Dios no estar ansioso. Y es posible alcanzarlo incluso en esta vida; sí, en medio de grandes dificultades, grandes pruebas. Puede ser alcanzado, y es alcanzado por no pocos de los hijos de Dios. Y, por la gracia de Dios, soy uno de los que durante muchos años no han estado ansiosos.
POR MÁS DE SETENTA AÑOS NO HE ESTADO ANSIOSO
He puesto mis cargas sobre el Señor, y Él las ha llevado por mí. El resultado de eso ha sido que “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento”, ha guardado mi corazón y mi mente. Si estamos ansiosos, se produce una apariencia sombría, y una apariencia así deshonra grandemente a Dios y disuade grandemente a los inconversos de buscar al Señor, porque se dicen a sí mismos: “Ese hombre, esa mujer, es tan miserable como yo cuando estoy en problemas”. Pero cuando ven que estamos en una gran prueba, en una gran aflicción, y sin embargo, encuentran una apariencia alegre a nuestro alrededor, nuestra misma apariencia es un estímulo para los inconversos y también fortalece las manos de nuestros seguidores en Dios. Y, por lo tanto, amados, estemos en esto, para que no estemos ansiosos. Como dije: Debe obtenerse, pero no podemos obtenerlo por nuestras propias resoluciones, diciéndonos a nosotros mismos: “Lo superaré con valentía”. Tenemos en nuestra debilidad e impotencia que hacer recaer nuestras cargas sobre Dios, y entonces se logrará que tengamos la paz de Dios.
Permitidme hacer hincapié afectuosamente sobre esto en los corazones de mis amados hermanos y hermanas en Cristo, porque trae una vida miserable si llevamos nuestras propias pruebas, nuestras propias cargas. Incluso en las pruebas y cargas más ligeras, nos resultarán demasiado pesadas si las llevamos con nuestras propias fuerzas, y obligamos a nuestro Padre Celestial a intervenir y hacer que la carga sea más pesada. Si nosotros, en nuestra necedad y arrogancia, tratamos de llevar la carga nosotros mismos, entonces, hablando a la manera de los hombres, el pedo de diez libras se convertirá en cincuenta; y si, en nuestra alta mentalidad, tratamos de llevar eso, Él lo convierte en cien; y si pensamos tontamente que entonces podemos llevar la carga, se hará aún más pesada, para que Dios nos haga ver cuán débiles somos y que no podemos llevarla por nosotros mismos.
Lo siguiente que deseo recomendar con afecto para beneficio de vuestras almas es el consejo: “En todo, con oración y súplica, con acción de gracias, sean conocidas vuestras peticiones ante Dios” (v. 6). Eso significa, que no solo cuando la prueba es excesivamente grande, entonces debemos orar, sino por las pequeñas cosas, los asuntos ordinarios de la vida, llevarlos todos ante Dios. Y el resultado de esto es: “La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y mentes en Cristo Jesús”. Aunque este es un valle de lágrimas, sin embargo, podemos recorrer el mundo con alegría. Es mi práctica habitual acerca de las pequeñas cosas, llevarlas ante Dios. Nunca intento llevar ninguna carga yo mismo; las coloco sobre Dios y le hablo a Dios acerca de ellas. El amado señor Wright y yo, lo primero que hacemos cuando nos reunimos cada mañana, es orar por los asuntos de nuestro trabajo y traemos todo ante nuestro Dios; los asuntos más minuciosos presentémoslos a Dios; llevémoslos sobre Él, no intentemos llevarlos nosotros mismos.
“Sea conocida de todos vuestra moderación” (v. 5). La mayoría de los amados hermanos y hermanas aquí presentes saben que el significado de la palabra “moderación” es “sumisión”. No significa que podamos ir demasiado lejos en las cosas de Dios. Este nunca ha sido el caso. No podemos orar demasiado, confiar demasiado, amar demasiado, llevar a cabo demasiado la mente de Cristo. No puede ser; pero, como dije, el significado es “ceder”. Esto es, que los creyentes en Cristo no debemos insistir en nuestros propios derechos, sino estar dispuestos a ceder al mundo y a nuestros hermanos en Cristo; y al manifestar este espíritu manso y sumiso, glorificamos a Dios. Naturalmente, podríamos estar inclinados a decir: “Si lo hago, la gente del mundo se beneficiará mucho de mí”. Este sería el caso si no tuviéramos un Padre Celestial que se preocupara por nosotros, si ni el Señor Jesucristo fuera nuestro Amigo y Ayudador. E inmediatamente después leemos: “El Señor está cerca”. Entrega tus asuntos en manos de Dios, déjate en sus manos; Él te cuidará, cuidará de ti y se asegurará de que la gente del mundo no te domine ni se aproveche demasiado de ti. Dado que tienes un Padre Celestial y el Señor Jesucristo es tu Amigo y Ayudador íntimo, no puede ser así.
PIDIENDO POR LOS HUÉRFANOS
Y doy aquí una ilustración que quizás algunos no hayan escuchado de mi boca. Cuando, hace sesenta y dos años, Dios puso particularmente en mi corazón el preocuparme por los huérfanos desamparados, lo primero que hice fue tratar de averiguar en la mente de Dios si debía ocuparme en esta obra, y después de mucha oración llegué a la decisión de que era la voluntad de Dios. Probé mis motivos e invariablemente llegué a la decisión: “Es para la gloria de Dios que busco participar en esto”. Luego comencé a orar con respecto a los diversos asuntos en los que necesitaba la ayuda de Dios. Le pedí dinero a Dios. Para una casa, para ayudantes para cuidar a los niños, y Él me dio todo esto. Y sobre todos los diversos artículos de mobiliario le pedí a Dios que me guiara y dirigiera, y no me consideraba lo suficientemente inteligente o sabio para conseguirlos. Ahora todo estaba listo para los huérfanos, y fijé dos horas en las que estaría en la sacristía para recibir solicitudes para huérfanos. Me senté allí dos horas, y no vino ni uno, así que dejé la sacristía y caminé a casa, y en el camino se me trajo a la mente este mismo versículo: “En todo”, y me dije a mí mismos: “Has pedido dinero y lo has obtenido; has pedido ayudantes y los has obtenido; has pedido una casa adecuada y la has obtenido; y mientras se te proporcionaba le pediste a Dios que, paso a paso, sobre todo, Él te guiara y dirigiera; pero nunca le pediste a Dios por los huérfanos”. Esto no se dejó de lado intencionalmente, sino que nunca se me ocurrió pedir por los huérfanos. Me dije a mí mismo: “Hay decenas de miles de huérfanos desamparados; no habrá dificultad para conseguirlos”, y por eso nunca oré al respecto. Ahora vi cuán pecaminosamente había actuado sobre este asunto, y cuando llegué a casa cerré la puerta de mi habitación y me dejé caer en el suelo, confesando mi pecado, cómo no había considerado la Palabra de Dios en este particular; y me tiré en el suelo dos o tres horas en confesión y humillación ante Dios. Por fin, después de haber examinado una vez más mi corazón, llegué a esto: “Es para tu gloria, Señor, que he comenzado esto, y si quieres ser más glorificado al hacer que todo se arruine y me avergüence ante mis semejantes y mis hermanos en la fe, hazlo así si puedes ser más glorificado; pero si fuera para tu gloria, ten el agrado de perdonarme y enviarme huérfanos”. Y me levanté alegremente del suelo, en el que había estado tirado en oración y súplica. La mañana siguiente a las once hizo la solicitud el primer huérfano; antes de que se cumpliera un mes, más de 42 y desde entonces más de doce mil – una prueba clara de que había muchos huérfanos.
He dado los detalles de esto para mostrar lo que tenemos que entender por “en todo”, llevando nuestros asuntos ante Dios y nunca tratando de llevar nuestras propias cargas. Y no puedo decirles la bendición que esto ha sido para mí: entregar cada una de mis cargas a Dios, y nunca intentar llevarlas yo mismo. Ya había hecho esto antes, pero esta pequeña circunstancia me enseñó la lección tan perfectamente que nunca la he perdido de vista desde entonces.
“Con oración y súplica” (v. 6). La oración ordinaria y la oración repetida a menudo no es suficiente; debemos pedir como un mendigo pide limosna y nos persigue; a veces cincuenta metros, y no nos deja ir hasta que le damos algo. De alguna manera, algo como esto, tenemos que llevar nuestros asuntos ante Dios para tener la bendición.
Si me permitís nuevamente referirme a mi propia experiencia, podría deciros que
HE SIDO UN HOMBRE CON PAZ Y FELIZ ESTOS SETENTA AÑOS
Y cada uno de mis amados hermanos y hermanas en Cristo que aún no tienen la paz habitual, podéis tenerla también, por eso comento continuamente sobre esto. Esta paz de Dios “que sobrepasa todo entendimiento” puede disfrutarse no solo de vez en cuando, sino mes tras mes, año tras año, y durante muchos años, incluso como lo he tenido hasta ahora durante más de setenta años. Y que mis amados hermanos y hermanas en Cristo, que no lo han tenido como un regalo habitual y una bendición de Dios, lo vean y puedan tenerlo. No tengo la menor duda de que hay muchos entre nosotros que, como yo, disfrutan de esta paz de Dios, pero no deben ser solo unos pocos, sino todos.
Dios nos conceda que este sea el resultado de nuestra meditación.
Este sermón se trata de una traducción realizada por www.george-muller.es del documento original proporcionado por The George Muller Charitable Trust, fundación que sigue el trabajo comenzado por George Müller y que actualmente trabajan en Bristol, concretamente en Ashley Down Road, y que se dedica a promover la educación, el cristianismo evangélico y ayudar a los necesitados. Para más información, puedes visitar su web www.mullers.org