Una palabra fiel – Sermón #71

Un sermón de George Müller de Bristol
Notas de un sermón predicado por George Müller en la inauguración de la Capilla de Salem, North Common, cerca de Bristol, el 27 de febrero de 1872.
1ª Timoteo 1:15-16.
Bueno, queridos amigos, casi todos sois desconocidos para mí. No conozco su condición ni puedo conocerla; por lo tanto, no sé qué es lo que necesitan especialmente que les traigan esta noche, y por eso, consciente de mi debilidad, le pedí al Señor una y otra vez que me dirigiera a una parte de la cual hablarles, y después orar he sido conducido a estos dos versículos del capítulo que hemos estado leyendo. Esta es solo la parte que nos conviene a todos; no hay uno aquí presente para quien no haya algo contenido en esta porción, porque todos somos pecadores, sin una sola excepción; y ese es un punto que deseo grabar particularmente en sus corazones, así como en el mío. Por la gracia de Dios estoy convencido de ello; ¿Están ahora todos aquí presentes convencidos de que son pecadores? Todos somos pecadores, grandes pecadores, y aquí paramos. Algunos se excusan y dicen que no son tan malos como otros: no han asesinado a nadie, no han robado; pero esa no es la pregunta. Todos vamos naturalmente por nuestro propio camino, en lugar de seguir el camino que Dios quiere que andemos. Y es precisamente esto lo que Dios aborrece, que por naturaleza nos agradamos a nosotros mismos, seguimos nuestro propio camino, hacemos todo a nuestro gusto, en lugar de preocuparnos por el camino de Dios y buscar agradarle. Es por el hecho de que buscamos gratificarnos a nosotros mismos, y no ponemos a Dios delante de nosotros, que somos considerados pecadores. Sobre esta base nuestros pecados son más aborrecibles para Dios. Si tuviéramos lo que merecemos, todos deberíamos ir al lugar de perdición. No hay ayuda para nosotros. Pero en este versículo se señala que, aunque somos los mayores pecadores, hay esperanza. Malvados, tan culpables como nunca y, sin embargo, no hay necesidad de desesperar si estamos listos para ser salvos en la manera señalada por Dios. Ahora, estos versículos nos presentan el asunto en muy pocas palabras. El Espíritu Santo, por medio del apóstol Pablo, busca indicarnos la forma en que un pecador debe ser salvo. Dios puede hablar en forma de mandato o amenaza: “Si no crees, te enviaré al infierno”. Pero Dios está suplicando, razonando con los pecadores. Eso es de acuerdo con el corazón de Dios, tan compasivo y misericordioso, a fin de que pueda atraer al pecador a sí mismo. Por eso dice que es una “palabra fiel”, ciertamente. No hay defecto en ella, es real y muy buena esta palabra de que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. No pierdes ni arriesgas nada; puedes estar seguro de que es así.
Es digna de toda aceptación. Merece ser aceptada. Ahora bien, ¿hemos aceptado todos esta declaración? Por la gracia de Dios la he aceptado, y no son pocos los aquí presentes que la han aceptado. Hágase esta pregunta una y otra vez. Que no quede un solo corazón aquí que no lo haga. Los ancianos lo necesitan tanto como los jóvenes. ¿La he aceptado? Como puede ver, soy un testigo de Dios y le digo que la he aceptado, pero el punto es: ¿La hemos aceptado todos? Los corazones de aquellos que la han aceptado anhelan que los demás también lo hicieran. Si hubiera alguien aquí presente que pudiera tener dudas al respecto, que acepte ahora esta declaración. Tenemos que tener en cuenta especialmente esto: “Cristo Jesús vino al mundo”. ¿Qué implica esto? Que Él existía antes. También nos enseña la divinidad del Señor Jesucristo. Él es el Hijo del Dios viviente, el Creador del universo, por quien todas las cosas fueron hechas, por quien todo subsiste, y para cuya honra y gloria todo ha sido creado. Sin Él ninguno de nosotros sería sostenido en su existencia. ¿Cómo vino al mundo? ¿Como un príncipe? No como su alteza real, razón por la cual se le da hoy acción de gracias, sino que vino como un bebé en un pesebre. Era hijo de un carpintero, trabajando como carpintero, y así continuó hasta los treinta años. Como tal vino al mundo en forma de siervo, pobre, insignificante, despreciado… no como príncipe, ni como hijo de noble, sino como un pobre, tomando sobre sí la forma de un siervo, y así durante treinta y tres años. ¿Y para qué vino al mundo? Para salvar a los pecadores; para este mismo propósito.
Él no vino al mundo para salvar a gente buena, y si hay personas aquí que se consideran buenas, entonces no están entre el número de aquellas que Jesús vino a salvar. Si continúa así, no tendrá el beneficio de esta salvación. Debemos comprender que necesitamos al Salvador, que somos personas inicuas que no merecemos nada más que el castigo. Mientras tengamos una buena opinión sobre nosotros mismos y hagamos nuestros mejores esfuerzos por agradar a Dios y compensar cualquier pequeña cosa que pudiera faltar, estaremos completamente equivocados, todavía no sabremos nada sobre el camino al cielo. Primero debemos reconocer que somos pecadores, es decir, que somos malvados, aunque no somos borrachos; que somos malvados, aunque no asesinos; que somos malvados, aunque no ladrones; que somos malvados, aunque seamos trabajadores y no hayamos defraudado a la gente, porque por naturaleza vamos por nuestro propio camino, buscamos agradarnos a nosotros mismos, hacer las cosas que nos gustan en lugar de hacer lo que Dios quiere que hagamos. Todos estamos destituidos de la gloria de Dios por naturaleza; todos nos hemos apartado de Dios como ovejas perdidas. Si Dios tuviera que ir uno por por uno marcando con tiza a los pecadores, todos lo serían. Yo debería ser marcado con tiza, tú estarías marcado con tiza, ninguno sería aprobado, sin que todos serían tachados de pecadores. Y si la pregunta fuera: ¿Hay grandes pecadores aquí? Y Dios calificara a todos los grandes pecadores, lo haría conmigo, contigo y con todos nosotros. Pero hay esperanza para los pecadores tan malvados como tú y yo, pero una esperanza designada a la manera de Dios. Esperanza en Jesús, no de ninguna otra manera. Esperanza a través del derramamiento de la sangre de Jesús, no de ninguna otra manera. Esperanza de que Dios no perdonó a su Hijo unigénito, hiriéndolo, magullándolo, imponiéndole el castigo que nos corresponde. Ese Bendito Santo permanece en pie, y Dios ha transferido y cargado sobre Él todos nuestros pecados y todas nuestras iniquidades. Todos recuerdan la última guerra entre alemanes y franceses. Ahora mismo, en estos países, la gente, le guste o no, debe ser soldado si su salud y fuerza se lo permiten. Supongamos ahora que, en el caso de alguna persona, se hubiera podido gestionar que un sustituto fuera comprado, es decir, dándole a otro hombre que no tuviera la necesidad de atender su obligación, una suma de dinero para que le sirviera en su lugar. Luego, el sustituto toma el lugar de ese otro, y entra en batalla y pelea en su lugar. Así es que el Señor Jesucristo llegó a ser un sustituto en el lugar de personas como tú y yo. Debemos ser castigados por nuestras iniquidades, a causa de todas nuestras malas acciones y pensamientos perversos, por nuestro orgullo y altivez, por nuestra voluntad propia, y por nuestro temperamento, por todas estas cosas. Pero el bendito Señor Jesús toma el castigo por todos nuestros pecados sobre Él. Él estuvo en nuestro lugar, y ahí soportó el tormento, la angustia y el castigo que deberíamos haber soportado por toda la eternidad. Se hizo un hombre de verdad, y realmente soportó el castigo. Pero no solo era necesario que fuera hombre, sino que debía ser divino, para poder dar valor a los sufrimientos; y toda la aflicción, miseria y angustia que debería habernos sobrevenido a lo largo de la eternidad se concentró en ese momento en que el Señor Jesús colgó de la cruz. Vino al mundo para salvar a los pecadores, para librarlos del infierno, del poder del pecado y trasladarlos a su propio reino. Y he aquí lo que el pecador tiene que hacer: depender de Jesús para la salvación. No tenemos que ir a París, a Bath o a Bristol; aquí, en este mismo lugar y en esta misma hora. No hay dinero con que puedas pagar, sino solamente aceptar lo que Dios en su maravillosa gracia y misericordia ha provisto en su amado Hijo. Si hacemos esto, obtendremos el perdón de los pecados, seremos aceptados por Dios, seremos justificados, seremos herederos de Dios y coherederos con Cristo, y al final tendremos el cielo. Ahora, ¿cuántos están listos para recibir esta bendición? ¿Quién dirá: esas son buenas noticias, las aceptaré? ¿O la despreciarás todavía? Los más viles, endurecidos y miserables, pueden incluso ahora obtener la bendición completa a través de Jesús.
El apóstol dice “de los cuales soy el primero”. Él no dice: “Vino al mundo para salvar a esos miserables pecadores como vosotros, pero yo soy muy bueno y no necesito esto”. Él dice: soy el primero, el principal entre ellos. No señala a otras personas que sean muy malas y se hace a sí mismo muy bueno. No quiero decir, queridos amigos, que seáis peor que yo. Si tuviera que hablar desde mi corazón, debo decir que soy uno de los pecadores más viles y culpables que buscaba con más avidez encontrar satisfacción en el mundo, y no la encontré. ¡Qué estímulo contiene esta palabra para ti y para mí – para que Jesucristo manifestase primero en mí toda paciencia! ¿Qué significa esto? Únicamente esto, que aunque soy un pecador tan malvado y culpable, que cometí hechos tan abominables, yo, Saulo, un gran perseguidor, que pretendía atormentar al máximo a quienes creían en Jesús, traté de que blasfemaran contra Cristo, los preocupé a un sumo grado, y traté de usar cualquier medio para alejarlos de Cristo obligándoles a blasfemar a menudo y recorrí una gran distancia hasta la ciudad de Damasco para llevarlos a Jerusalén y atormentarlos allí, sin embargo, me convertí cuando estaba a punto de entrar en Damasco. El Señor Jesús se me apareció y me dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Este abominable y desgraciado Saulo fue aceptado por Jesús y no solo obtuvo el perdón de los pecados, sino que se convirtió en uno de los principales instrumentos de la predicación del Evangelio. Vea qué gran estímulo es esto. El apóstol Pablo se convirtió para que después ni un solo pecador se desesperara, para que nadie dijera: ¡Oh, soy un gran pecador! Tú deberías decir: ¡Oh! Pablo fue convertido, fue un ejemplo para mostrar que lo que el Señor hizo en él, lo haría en otros. Saulo fue convertido, y por lo tanto no necesito desesperarme. Ahora, ¿hay alguien aquí que diga: soy demasiado mayor para Cristo? No eres demasiado mayor, Pablo fue ejemplo. Si alguno dijera: “Estoy demasiado endurecido”. Tú no estás demasiado endurecido, mira a Saulo. Si alguien dijera: “He descuidado por mucho tiempo al Señor Jesús”, si desea obtener la bendición de la manera indicada, hay esperanza, y tiene a Pablo como ejemplo. Alguno podría decir: “He pecado contra la luz y el conocimiento, y lo he descuidado y resistido hasta el día de hoy, y nunca tomé estas cosas en serio”. Es cierto que es muy tarde, pero no demasiado tarde si estás dispuesto esa misma noche a aceptar a Cristo. Ven, ennegrecido como eres, dice Cristo, y aquí estoy con los brazos abiertos listo para recibirte. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” Venir significa creer en Él, confiar en Él.
Ahora llega como conclusión una palabra preciosa, especialmente para ti y para mí, que somos creyentes en Jesús. Nosotros creemos, ¿por qué y para qué? ¿cuál es el objetivo de nuestra fe? “Para vida eterna”, es decir, a través de la fe en el Señor Jesucristo, estamos unidos a Él. Por esta fe en el Señor Jesús, nos hacemos uno con Él Señor resucitado, que vive por los siglos; y si creemos en Él, la vida del Señor Jesús será nuestra para siempre. Cuán bendecido, cuán indeciblemente bendito es el pecador en el momento en que descansa en Jesús y obtiene vida eterna. El cuerpo puede morir, pues en millones y millones de casos así ha sido, pero tan cierto como el alma confía en Jesucristo para salvación, desde ese momento obtenemos la vida eterna, porque es una vida celestial, divina, la vida del Señor Jesús resucitado, tan cierta como que es el Bendito que está a la diestra de Dios. Por toda la eternidad seremos un pueblo feliz, viviremos espiritualmente a lo largo de toda la eternidad, participaremos de los ríos de placer a la diestra de Dios y disfrutaremos de su presencia y de la de su amado Hijo. ¡Oh, qué bendito y preciosa, cuando este pequeño lapso de vida llegue a su fin, habrá de ser la revelación plena de esa vida eterna que está en nosotros ahora, tan cierta como que hemos puesto nuestra confianza en Jesús! ¡Oh, inefable bienaventuranza la de estar en el cielo! A medida que avanzan los siglos, nuestra felicidad se hace mayor.
Ahora, amados compañeros discípulos, asegurémonos que durante este pequeño lapso de tiempo que estamos aquí en la tierra, demos fruto. Estamos llamados a mostrar las alabanzas de Aquel que nos compró; ya no somos nuestros, sino que somos de Él, que se ha dado a sí mismo por nosotros y nuestro negocio es entregarnos a Él – con todo nuestro ser, con todo lo que somos, entregarnos a Él y buscar el poco tiempo que vivimos aquí llevar fruto para honra y alabanza de su nombre. Para que así sea, vayamos a este precioso libro para obtener alimento y fuerza para nuestras almas.
¿Sois lectores de la Biblia? Hay tantas publicaciones religiosas hoy en día, que suponen una tentación de descuidar este bendito libro para leer todo tipo de revistas, libros y periódicos. Ahora bien, si quieres felicidad real, fuerza espiritual real, busca día a día cómo llegar a este bendito libro. ¿Tenéis el hábito de leer regularmente la Biblia? Algunos simplemente la abren, y donde se abre allí leen, pero al cabo de un tiempo se abrirá siempre en el mismo lugar. ¿Cómo leemos otros libros? Comenzamos por el principio y pasamos página tras página. Entonces deberíamos también leer así el bendito libro de Dios. Te recomiendo hacer algo que ha sido de bendición durante cuarenta años. Después de mi conversión, no leí mucho la Biblia, pero sí documentos misioneros y otros libros. Sin embargo, desde julio de 1820 (hace ahora casi 43 años) he estado leyendo el bendito libro de Dios: Algunas veces leo el Antiguo Testamento y otras el Nuevo Testamento. Pongo una marca donde lo dejé y sigo leyendo desde allí cuando vuelvo a esa parte, consiguiendo leer así con regularidad. Durante estos 43 años he leído alrededor de cien veces la Biblia. Y todavía no me he cansado de ella. Es tan fresca, nueva y agradable… estoy tan deleitado con ella como si nunca la hubiera leído antes. Te habla alguien que ha conocido esta bienaventuranza durante cuarenta y tres años y medio, y a ella le debo todo lo que tengo. Soy igual de feliz leyendo esta porción como otra. No tenemos que escoger y elegir, toda ella constituye la Palabra de Dios. ¿No es vergonzoso que tengamos el bendito libro de Dios y no lo hayamos leído ni una sola vez?
Supongamos que un tío tuyo, rico, muriera y dejara un testamento, y tu nombre estuviera en él – “A mi sobrino le doy tres de las cabañas en tal y cual lugar; y cada año se pagarán diez libras a mi sobrina Sarah, mi sobrin Jane y mi sobrina Ann”. Si supieras que tu nombre está en el testamento, querrías comprobar que todo está correcto, leer el testamento completo, diciendo: “Quizás haya algo más que mi tío haya dicho sobre mí”. Así pues, estas cosas están escritas para tu bendición y la mía, y son mejores que esas tres cabañas y mejores que mil libras. ¡Oh, cuán importante es leer lo que Dios dice sobre nosotros! Si no puedes leer, pídele a Dios que te ayude; si dices: “No tengo Biblia”, me comprometo a darles una luego. Solamente sé serio acerca de tu alma, no juegues con las cosas de la eternidad. Ya es hora de que nos pongamos en serio por nuestras almas. Y debemos buscar que Dios nos enseñe por su Bendito Espíritu. No debemos suponer que somos lo suficientemente inteligentes como para entenderlo todo nosotros mismos. Si lo esperamos con humildad del alma, Él nos enseñará. Si Él nos ha enseñado, entonces debemos buscar llevar a cabo esa luz, siendo uno de los medios de obtener luz practicar lo que Dios nos ha dado. De lo contrario, Dios podría decirlos: “Te enseñé esto y aquello, y no lo has hecho”. Debemos ser fieles a la luz que tenemos. Si de esa manera seguimos hacia delante, nuestra paz y gozo aumentarán cada vez más. De poder en poder iremos y nuestro camino brillará más y más hasta que el día sea perfecto.
Este sermón se trata de una traducción realizada por www.george-muller.es del documento original proporcionado por The George Muller Charitable Trust, fundación que sigue el trabajo comenzado por George Müller y que actualmente trabajan en Bristol, concretamente en Ashley Down Road, y que se dedica a promover la educación, el cristianismo evangélico y ayudar a los necesitados. Para más información, puedes visitar su web www.mullers.org