La resurrección del cuerpo – Sermón #50

Un sermón de George Müller de Bristol
El último sermón predicado por George Müller en la Capilla Bethesda, Great George Street, Bristol, el domingo 3 de octubre de 1897 por la noche.
“Porque sabemos que si nuestra casa terrenal, este tabernáculo se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos”
— (2ª Corintios 5:1)
Con la ayuda del Señor, meditaremos en los versículos que hemos estado leyendo. Se refieren particularmente al cuerpo resucitado, que significa el cuerpo glorificado que tendrán los creyentes en Cristo, y en el cual serán vistos, al regreso del Señor Jesucristo, un cuerpo como el que el Señor Jesús mismo recibió después de su resurrección.
“Porque sabemos”. Esto está en conexión con lo dicho en los últimos versículos del capítulo anterior. “Porque sabemos que si nuestra casa terrenal, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos”. Nuestro cuerpo actual se llama “una casa terrenal, un tabernáculo”. En otras palabras, brevemente, “una tienda de campaña”, es decir, nuestro cuerpo actual es una tienda de campaña. Se puede desmontar una tienda de campaña y montarla en otro lugar. Es posible que muy pronto se rompa. Así es con respecto al cuerpo en el que estamos ahora. Es frágil. es débil, es terrenal, es del tiempo, en contraste con el cuerpo glorificado que tendremos. No más debilidad, no más fragilidad entonces; no más de carácter terrenal, sino de carácter celestial. Ya no un cuerpo del tiempo, sino de la eternidad. Esa es la diferencia entre nuestros cuerpos actuales y el cuerpo que tendremos.
“Sabemos que si nuestra casa terrenal, este tabernáculo, se deshiciere”, si esta tienda de campaña se disolviese, “tenemos un edificio de Dios”. Se asemeja a un edificio para presentarnos el carácter sustancial y duradero del mismo, en comparación con una tienda de campaña. “Una casa no hecha de manos, eterna en los cielos”. El cuerpo glorificado que recibiremos al regreso del Señor Jesús es eterno; y toda debilidad, toda dolencia, será acabada para siempre. No más dolor, no más debilidad, no más enfermedad, no más muerte, todo desaparecerá por completo; se irá, todo esto en conexión con nuestro cuerpo glorificado. Y esto es algo sumamente refrescante para el hombre interior. Ahora, aquellos que buscan trabajar para el Señor en una variedad de formas, puede ser en la Escuela Dominical, o como repartidores de tratados, como visitantes de casa en casa de los inconversos, o como visitantes de los enfermos; en todas estas diversas formas en que pueden trabajar, pueden estar cuatro o cinco horas, los que son de mayor fuerza física pueden estar seis o siete horas, o incluso hasta ocho horas, pero al final llega la debilidad, el “sentirse cansado”, y se ven obligados a dejar de seguir adelante en el trabajo, y dejarlo para el día siguiente. Todo esto llegará a su fin por los siglos de los siglos.
Habrá trabajo en la eternidad. No habrá sueño, ni manos juntas por toda la eternidad; sino trabajo, servicio continuo constreñido por el amor de Cristo. Y este trabajar para el Señor, este buscar glorificarlo con nuestro trabajo, continuará hora tras hora, veinticuatro horas tras otras, una semana tras otra, un mes tras otro, un año tras otro, cien años después de otros cien, mil años después de otros mil, un millón de años después de otro millón, durante un período que nunca, nunca, nunca, llegará a su fin; y el delicioso servicio que se lleva a cabo todo el tiempo se presenta como una promesa especial para la iglesia de Dios, no solo que la maldición desaparecerá cuando estemos en la gloria, sino un honor sumamente alto y un privilegio glorioso. “Sus siervos le servirán”, leemos al final del libro del Apocalipsis. Todo nuestro trabajo, labor y servicio, por mucho y variado que haya sido en la tierra, se considerará como nada en comparación con el trabajo que se llevará a cabo durante toda la eternidad. ¡Oh, cuán preciosa esta consideración en relación con nuestro cuerpo glorificado! Tendremos eso sin el menor ápice de cansancio; ¡Seguiremos trabajando por los siglos de los siglos para la gloria de Dios!
¡Por eso esta palabra “eterna” es tan preciosa! “Eterna en los cielos”. En los cielos obtendremos este cuerpo glorificado. “Porque en esto”, es decir, en nuestra actual tienda de campaña, en nuestro presente marco de debilidad, nuestro cuerpo de enfermedades, “porque en esto gemimos, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra casa que es del cielo”. Uno gimiendo a causa de la debilidad, otro a causa del dolor, otro gimiento a causa de otras debilidades relacionadas con la tienda de campaña en la que nos encontramos actualmente; pero especialmente a causa de las enfermedades espirituales, las debilidades espirituales. El pecado, esto es, a causa de esto, el hijo de Dios gime especialmente, anhelando ser librado de todas las debilidades espirituales, enfermedades espirituales, que incluso en los mejores de nosotros se encuentran. Porque cuanto más santos somos, más nos encontramos sumamente agobiados por las debilidades espirituales que todavía quedan en nosotros. “En esto gemimos ardientemente, deseando ser revestidos de nuestra casa que es del cielo”. Actualmente no estamos “revestidos” en esta vida. No tenemos un cuerpo glorificado. Todavía estamos en esta tienda de campaña.
“Si es así, estando vestidos, no seremos hallados desnudos”. ¿Todos vosotros entendéis este versículo? Solo preguntaos qué es lo que queremos decir con ponernos, porque es importante entender este versículo, y tengo razones para considerar que algunos no saben cuál es su significado. Por lo tanto, con aquellos particularmente que tienen dudas sobre si lo entienden o no, buscad prestar atención a lo que significa. Llegará el tiempo en que se dará un cuerpo glorificado; pero, ¿lo obtendrán todos los seres humanos? ¡No! Habrá la primera resurrección, la resurrección de los justos, habrá la resurrección cuando se darán los cuerpos glorificados; pero no todos los seres humanos obtendrán el cuerpo glorificado; ¡habrá pasado el tiempo de la resurrección, y las multitudes no habrán obtenido un cuerpo glorificado! Oh, asegurémonos de que cuando llegue el momento en que el cuerpo glorificado sea entregado, cuando llegue el momento de vestirnos, “no seamos hallados desnudos”. Es decir, hallado que fue dejado en la tumba, hallado de no haber obtenido el cuerpo glorificado; y al final, en la resurrección general, resucitarán, pero para el juicio; no resucitarán para obtener el cuerpo glorificado. Y respecto a todos aquellos que no obtengan este cuerpo glorificado, aquí se dice que no estando vestidos, serán “hallados desnudos”. ¡Pasó el tiempo de la primera resurrección, la resurrección de los justos, y no se obtuvo el cuerpo glorificado! Para obtener esto, todo pobre pecador, por más débil y endeble que sea espiritualmente, por ignorante que sea en una variedad de formas, sin embargo, si confía verdaderamente en el Señor Jesucristo, es un hijo de Dios, y obtendrá un cuerpo glorificado.
“Porque nosotros que estamos en este tabernáculo”, en este cuerpo de tienda de campaña, “gemimos, siendo angustiados, porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida”. “Nosotros que estamos en este tabernáculo”, eso significa que, nosotros los hijos de Dios, aún en la tierra en el cuerpo ordinario, en el cuerpo-tienda, “gemimos, siendo angustiados”. Lloramos, suspiramos, deseamos ser llevados a un estado diferente. ¿Y qué es lo que anhelamos? No es que debamos estar desnudos; sino “revestidos” para obtener nuestro cuerpo glorificado, a fin de que la mortalidad sea “absorbida por la vida”, Esto es lo que anhela especialmente el hijo de Dios, el regreso del Señor Jesucristo, no la muerte, sino el regreso de Cristo, porque entonces toda la Iglesia de Dios obtendrá, cada uno de ellos, un cuerpo glorificado, y así la mortalidad será “absorbida por la vida”. Porque este cuerpo que obtendremos será un cuerpo eterno, y nunca más tendremos que pasar por la muerte.
“Y el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien también nos ha dado las arras del Espíritu”. Observad particularmente este precioso versículo. “El que nos hizo para esto mismo”. Es decir, nosotros, hijos de Dios, débiles, frágiles y errantes, necios e ignorantes, aunque todavía lo seamos, hemos sido designados para esto. Dios nos ha forjado para esto mismos: que obtengamos un cuerpo glorificado. En otras palabras, yo, tan ciertamente como estoy ahora, tendré un cuerpo glorificado, y mis hermanos y hermanas en Cristo aquí presentes, y todos los que confían en Jesús para la salvación, obtendrán el cuerpo glorificado. Cada uno de nosotros, sin excepción, porque estamos destinados para ello, estamos forjados para ello, estamos preparados para ello y tenemos la evidencia de que así será. Las arras ya se nos han dado; y esto es, que hemos recibido el Espíritu. Y tan cierto como que hemos recibido el Espíritu, tan cierto es que tendremos un cuerpo glorificado. Esta es la prenda que se nos da en el don del Espíritu, para consolar nuestros corazones, para hacernos buscar este cuerpo glorificado, para meditar una y otra vez en la verdad de que tendremos un cuerpo glorificado. Para este mismo propósito se nos ha dado el Espíritu Santo, para que el Espíritu Santo sea la garantía para nosotros de buscar el cuerpo glorificado.
“Por lo tanto, estamos siempre confiados”, es decir, de buen ánimo, “sabiendo que, mientras estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor; porque por fe andamos, no por vista. Estamos confiados, digo, y dispuestos más bien a estar ausentes del cuerpo, y presentes con el Señor”. Sería bueno que busquemos probarnos a nosotros mismos por lo que está escrito aquí. “Tenemos siempre buen ánimo, sabiendo que mientras moramos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor”. Es decir, aún no hemos sido llevados a la presencia del Señor para tener una comunión habitual, plena, completa con Él, y no hemos entrado en la felicidad eterna, como la tendrá todo hijo de Dios por los siglos de los siglos. “Estamos confiados” – estamos de buen ánimo – “digo, y deseando más bien estar ausentes del cuerpo, y presente con el Señor”. Eso significa más bien desear que el Señor Jesucristo venga y nos lleve consigo a que simplemente muramos y dejemos este nuestro tabernáculo. ¿Es este el estado de nuestros corazones? Cuando nos miramos a nosotros mismos, ¿somos capaces de decir: “Estamos dispuestos a estar ausentes del cuerpo y estar presentes con el Señor”; más bien ir a Casa para obtener nuestros cuerpos glorificados, en lugar de permanecer más tiempo aquí en la tierra? Cuanto más estemos en un estado espiritual, más será este el caso, pero con una excepción, una en la que Pablo se encontró cuando anhelaba ir a Casa, pero estaba dispuesto a quedarse más tiempo aquí en la tierra para trabajar por el Señor. Con esta única excepción, el estado espiritual del corazón es ir al Hogar para estar con el Señor por los siglos de los siglos. Pero si agrada a Dios permitirnos trabajar para Él, que estemos listos para quedarnos, considerando un honor y un privilegio trabajar aún más en la tierra. Yo mismo he estado orando para obtener el gran honor, el glorioso privilegio de que se me permita permanecer aún más tiempo en el cuerpo, para que pueda, en mi débil y endeble medida, trabajar más para el Señor, porque lo considero el mayor honor, el más glorioso privilegio, que se me permita hacer cualquier pequeña cosa por mi adorable y precioso Señor, que tanto ha hecho por mí.
“Por tanto, trabajamos para que, presentes o ausentes, seamos aceptos de Él”. “Trabajamos”, es decir, nos esforzamos, “para que presentes o ausentes”, es decir, ya sea en el cuerpo o fuera de él, ya sea con el Señor o del Señor, que sea como sea con nosotros, en la tierra o en el cielo, “seamos aceptos de Él”, es decir, agradarle bien. Esa es la gran preocupación que debemos tener, esto es, agradar bien a nuestro Señor, ya sea trabajando mucho o poco, en circunstancias fáciles o difíciles, entre amigos o enemigos, en casa o en el extranjero, en la tierra o en el mar. Sea como sea con nosotros, en cuanto a nuestras circunstancias, que podamos agradarle bien es el único gran negocio de la vida si somos creyentes en el Señor. ¡Cuánto debemos esforzarnos por hacer esto mientras la vida continúa!
Ahora, en conclusión de nuestro tema, la palabra más solemne viene en nuestro último versículo. “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”. ¡El ojo de Dios está sobre cada ser humano! El oído de Dios escucha cada palabra pronunciada por cada ser humano, y todo lo que hacemos, y todo lo que decimos, nada escapa al oído ni al ojo de nuestro Padre Celestial. Según todo esto, tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo. Los creyentes, todos los que confían en Cristo, son perdonados por todo lo que han estado haciendo, por todo lo que han estado diciendo, por grandes, muchos y variados que hayan sido sus fracasos y defectos. Todos, todos los que se han condenado a sí mismos, se han sentenciado a sí mismos y creen en el Señor Jesucristo, están escapando así del juicio. Pero si no somos creyentes en el Señor Jesús, si andamos irreflexiva y descuidadamente y despreocupados de las cosas de Dios, o confiando en nosotros mismos para la salvación, en lugar de confiar en el Señor Jesucristo, o pensando que viviendo una vida diferente somos capaces de compensar la mala conducta pasada, que es un error fatal que destruye el alma; si, de alguna manera, no somos creyentes en el Señor Jesucristo, entonces Dios está bajo la necesidad. como un santo Dios, y como Dios Justo, de darnos cuenta de todas nuestras obras, de todas nuestras palabras, incluso de cada uno de nuestros pensamientos. Y oh, ¿cómo será entonces, al tener que comparecer así ante el tribunal de Cristo, para recibir conforme a las cosas hechas en el cuerpo? Oh, ¿cómo será entonces? Ruego y suplico a todos los aquí presentes, que aún están fuera de Cristo, que no lleguen a esto, porque no podrán responder a Dios ni una cosa entre mil; no podrán justificarse en cuanto a sus obras, su hablar, su pensar. Innumerables millones serán descubiertos, sus malas acciones, sus palabras pecaminosas, sus pensamientos impuros. ¿Y cuál será su condenación al final, si se encuentran sin Cristo? Por lo tanto, antes de que sea demasiado tarde, ¡que se apresuren a Él para el perdón de todas sus innumerables transgresiones!
Este sermón se trata de una traducción realizada por www.george-muller.es del documento original proporcionado por The George Muller Charitable Trust, fundación que sigue el trabajo comenzado por George Müller y que actualmente trabajan en Bristol, concretamente en Ashley Down Road, y que se dedica a promover la educación, el cristianismo evangélico y ayudar a los necesitados. Para más información, puedes visitar su web www.mullers.org