El Dios que escucha la oración – Sermón #32

Un sermón de George Müller de Bristol
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá”
— Mateo 7;7-8
Nuestro Padre Celestial ama a todos sus hijos con infinito amor; es decir, ama a todos, incluso a los más débiles y flojos de entre sus hijos, con el mismo amor con el que ama a su Hijo unigénito. A causa de este amor infinito – sabiendo cuán grande, cuán grande número, variadas, más aún, cuán innumerables serían sus pruebas, dificultades, aflicciones y tentaciones al pasar por este valle de lágrimas – Él, en su gracia, hizo abundante provisión en dar las más preciosas y alentadoras promesas sobre la oración, de tal manera que si llevaran sus pruebas, dificultades, aflicciones y tentaciones a su Padre Celestial, buscando su fuerza, su consejo y su guía, y actuando de acuerdo con el consejo amoroso dado en las Escrituras – “Echando toda tu preocupación sobre Él” – la posición de la mayoría de los hijos de Dios sería muy diferente de lo que es.
Por otra parte, nuestro precioso Señor Jesucristo nos ama con el mismo amor con que el Padre lo ama. ¿Lo creemos todos?
La primera afirmación, es decir, la de que el Padre ama a sus hijos con el mismo amor con el que ama a su Hijo unigénito, y la que os digo ahora, que el Señor Jesucristo nos ama con el mismo amor – es decir, con amor infinito – y que con este amor ama al más débil de sus hijos, posiblemente pueda parecer de lo más extraño a algunos de vosotros. Sin embargo, esta es la declaración de la Sagrada Escritura que se encuentra en el versículo 9 del capítulo 15 de Juan y también en el versículo 23 del capítulo 17. Nuestro precioso Señor Jesucristo, que nos ama con tanto amor, pasó por dificultades, pruebas y tentaciones como las nuestras mientras estuvo en este mundo. Fue menospreciado, odiado; ese Bendito “no tenía dónde recostar la cabeza”; y fue, mientras estaba en este mundo “en todo punto semejante a nosotros, pero sin pecado”. Conociendo la situación de sus discípulos en este mundo, Él ha dado la preciosa promesa que he leído sobre el tema de la oración, y si se hace buen uso de ella, podemos tener a Dios como el que lleva nuestras cargas, siempre listo para ayudar en tiempo de dolor, debilidad y aflicción; en una palabra, en toda la variedad de situaciones y circunstancias en las que nos encontremos aquí en el cuerpo.
Si se nos hubiera dejado a nosotros hacer promesas con respecto a la oración, no sé si tú o yo podríamos haber hecho algo más que decir: “Pedid, y recibiréis”. Sin embargo, ya que la promesa es tan completa, profunda, amplia y preciosa en todos los sentidos, es conveniente que traigamos otras partes de la Palabra de Dios para comparar las Escrituras con las Escrituras, debido a que en otras partes hay adiciones, hechos o condiciones que, si descuidamos, impedirán que obtengamos el beneficio completo de la oración. Creo que no debemos perder de vista el pasaje de 1ª Juan:5-14-15: “Estas cosas os he escrito a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios; para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios. Y esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos algo conforme a su voluntad, Él nos oye; y si sabemos que Él nos oye en todo lo que le pedimos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”.
Aquí está el primer punto al que debemos atender especialmente respecto a la oración: “Si pedimos algo conforme a su voluntad, Él nos oye, y si sabemos que nos oye en cualquier cosa que le pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”. Por lo tanto, si oramos, y deseamos que se nos concedan nuestras peticiones, nos conviene primero en ocuparnos de pedir cosas de acuerdo con su mente y voluntad, porque nuestra bendición y felicidad están íntimamente conectadas con la santidad de Dios. Supongamos que viviera en Bristol una persona que ha llevado a cabo un negocio durante mucho tiempo, y quienes lo conocían íntimamente, sabían que era un holgazán que se escapaba del trabajo, o que siempre que puede sale de él y busca pasárselo bien. Supongamos que una persona así hubiera oído hablar de las promesas sobre la oración y dijera: “Voy a ver si estas cosas son ciertas, y le pediré a Dios que me dé 100.000 libras esterlinas para pasar mis días tranquilo, viajar y divertirme”. Supongamos que ora todos los días por esta gran suma de dinero, ¿la obtendrá? ¡Seguro que no! ¿Por qué no? Él no pide para ayudar abundantemente a los pobres ni para contribuir más a la obra de Dios generosamente, sino que pide que pueda pasar su vida en ociosidad, disfrutando de los placeres del mundo. Él no está pidiendo cosas de acuerdo con la mente de Dios y, por lo tanto, puede orar por mucho tiempo, pero no obtendrá la respuesta. Solo estamos autorizados a esperar que nuestras oraciones sean contestadas cuando pedimos cosas conforme a la mente de Dios.
El segundo punto que debemos notar es que no pedimos por nuestra propia bondad o mérito, sino como lo expresa la Escritura: “En el nombre del Señor Jesucristo”. Te remito a Juan 14:13-14: “Y todo lo que pidiereis en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si pedís algo en mi nombre, lo haré”. La declaración se hace dos veces, con el fin de mostrar la gran importancia de esta verdad; porque siempre que se de dice algo dos veces en la Palabra de Dios, podemos estar seguros de que nos presenta un tema importante y de peso. ¿Qué significa esta declaración dada dos veces por el Señor Jesucristo? Si deseamos ir al cielo, ¿cómo llegaremos allí? ¿Sobre la base de nuestra propia bondad, mérito o dignidad? ¿Porque no somos tan malos como los demás? ¿Porque vamos regularmente al culto? ¿Porque damos un poco a los pobres? De este modo no irá nadie al cielo. Está bien ir al culto. Es bastante correcto que de la abundancia que Dios nos provee demos a los pobres. Es muy correcto que actuemos de acuerdo a la moral. Pero de esta manera, un pobre pecador no puede llegar al cielo. Debemos ver nuestra condición perdida y arruinada por naturaleza, y que no merecemos nada más que el castigo. La mejor persona en esta congregación, en esta ciudad, en el Reino Unido o en el mundo entero, es un pecador que merece castigo. Nunca desde la caída de Adán, ni una sola persona, por su propia bondad, ha obtenido el cielo.
Bajo la antigua dispensación, era necesario esperar al Mesías, y dado que la dispensación del antiguo pacto ha cesado, es necesario mirar hacia atrás al Mesías, quien, en nuestro lugar, sufrió el castigo que nos correspondía mientras colgaba de la cruz y derramaba su sangre. Toda nuestra culpa fue transferida a Él, para que su justicia pudiera ser transferida a nosotros. Y ahora un pecador, aun el más viejo y vil bajo el cielo, con tanta seguridad como pone su confianza en el Señor Jesucristo, será perdonado, limpiado y justificado, es decir, será contado como recto y justo por esta su confianza en el Señor Jesucristo para la salvación de su alma. Esta es la forma en que el pecador llega al cielo, por la fe en Jesús para la salvación de su alma.
Así como por la fe en el Señor Jesucristo estaremos ante Dios al final, así mismo ahora podemos acercarnos a Dios en oración. Si deseamos que nuestras peticiones sean respondidas, debemos acudir a Él, no en nuestro propio nombre, sino como pecadores que confían en Jesús, quienes por la fe en su nombre están unidos al bienaventurado Señor resucitado; quienes han venido a ser hechos, por la confianza en Él, miembros de ese cuerpo del cual Él es la cabeza. Que nadie suponga que son lo suficientemente buenos en sí mismos. No merezco nada más que el infierno. Por cincuenta y cuatro años y nueve meses, por la gracia de Dios, he caminado en el temor del Señor y he vivido una vida tal que nadie puede señalarme y decir que soy un hipócrita, o acusarme de vivir en cualquier pecado. Sin embargo, si recibiera lo que merezco, no puedo esperar nada más que el infierno. No merezco nada más que el infierno. De la misma manera sucede con vosotros, y con las mejores y más santas personas que se puedan encontrar. Por lo tanto, no podemos esperar que nuestras oraciones sean contestadas en base a nuestra bondad. Pero Jesús es digno y por su causa podemos obtener respuesta a nuestras oraciones. No hay nada demasiado rebuscado, costoso o grande para llevar a Dios. Él es digno, inmaculado, el Santo Hijo, quien bajo todas las circunstancias actuó conforme a la mente de Dios. Y si confiamos en Él, si nos escondemos en Él, si lo ponemos a Él delante y a nosotros en segundo plano, dependemos de Él e imploramos su nombre, podemos esperar que nuestras oraciones sean contestadas. Alguien podría decir: “He orado durante muchos años por mis hijos inconversos, pero aún no se han convertido. Siento que no tendré respuesta a mis oraciones. Soy indigno”. Esto es un error. Las promesas son particularmente para los tales – para el débil, el endeble, el ignorante, el necesitado – y todos los que piden por amor a Cristo tienen garantizado esperar que sus oraciones sean respondidas.
Pero si dices: “Vivo en pecado, constantemente voy por mal camino”, entonces la oración no puede ser respondida, porque en el salmo sesenta y seis leemos: “Si miro a la iniquidad en mi corazón, el Señor no me escuchará”. Es decir, si vivo en pecado y sigo un camino que Dios aborrece, no puedo esperar que mis oraciones sean contestadas.
Una tercera condición es que ejerzamos fe en el poder y la voluntad de Dios para responder a nuestras oraciones. Esto es muy importante. En Marcos 11:24 leemos: “Todo lo que deseéis, cuando oréis, creed que lo recibiréis, y lo tendréis”. “Cualquier cosa que deseéis” – de cualquier tipo – “creed que las recibiréis y las tendréis”. He encontrado invariablemente, en los cincuenta y cuatro años y nueve meses durante los cuales he sido creyente, que si tan solo creyera, estaba seguro de que obtendría, en el tiempo de Dios, lo que le pedí. Yo pondría especialmente esto en tu corazón para que ejerzamos fe en el poder y la voluntad de Dios en responder a nuestras peticiones. Debemos creer que Dios puede y quiere. Para ver que Él puede, basta con mirar la resurrección del Señor Jesucristo, porque habiéndolo resucitado de entre los muertos, debe tener poder omnipotente. En cuanto al amor de Dios, solo tienes que mirar a la cruz de Cristo y ver su amor en no perdonar ni retener la muerte de su Hijo unigénito. Con estas pruebas del poder y el amor de Dios, con toda seguridad, si creemos, recibiremos y obtendremos.
Supongamos ahora que preguntamos, en primer lugar, por las cosas que son de acuerdo a la mente de Dios, y solamente por las cosas que son buenas para nosotros; en segundo lugar, esperamos respuestas basadas en el mérito y la justicia del Señor Jesucristo, pidiendo en su nombre; y tercero, que ejercemos fe en el poder y la voluntad de nuestro Padre Celestial para conceder nuestras peticiones; en cuarto lugar, tenemos que seguir esperando pacientemente en Dios hasta que se conceda la bendición que buscamos. Observe que no se dice nada en el texto en cuanto al momento o las circunstancias bajo las cuales la oración debe ser respondida. “Pedid, y se os dará”. Hay una promesa positiva, pero nada en cuanto al tiempo. “Buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. tenemos, por tanto, que seguir esperando paciente y tranquilamente en Dios hasta que se otorgue la bendición. Alguien podría decir: “¿Es necesario que deba presentar un asunto ante Dios dos, tres, cinco o incluso veinte veces? ¿No es suficiente con que se lo diga una vez?”. Bien podríamos decir que no hay necesidad de decírselo tan siquiera una vez, porque Él ya sabe de antemano cuál es nuestra necesidad, pero Él quiere que demostremos que confiamos en Él, que ocupamos nuestro lugar como criaturas ante el Creador.
Además, nunca debemos perder de vista el hecho de que puede haber razones particulares por las que la oración no sea respondida de inmediato. Una razón puede ser la necesidad de ejercitar nuestra fe, porque por el ejercicio la fe se fortalece. Todos sabemos que si nuestra fe no se ejerciera, permanecería como estaba desde el principio. Por las pruebas es fortalecida. Otra razón puede ser que podamos glorificar a Dios por la demostración de paciencia. Esta es una gracia por la cual Dios es grandemente magnificado. La demostración de nuestra paciencia glorifica a Dios. Otra razón que puede haber es que nuestro corazón no esté todavía preparado para la respuesta a nuestra oración. Daré una ilustración. Supongamos que hace tres semanas, un muchacho de dieciséis años de edad ha sido traído al conocimiento del Señor Jesucristo, y con su corazón lleno del amor del Señor, él querría hacer algo por el Señor. Supongamos también que va al director de la Escuela Dominical y le dice: “¿Tendría la amabilidad de darme una clase para enseñar?”. Se le da una clase de nueve niños. Ahora este querido muchacho, cuyo corazón está lleno de amor por el Señor, comienza a orar para que Dios convierta a estos nueve niños. Ora en privado y delante de ellos y les exhorta a buscar al Señor. Después de volver a casa tras su clase, se entrega fervientemente a la oración para que Dios convierta a estos nueve niños. El lunes repite su petición delante de Dios, y así día tras día durante la semana y nuevamente el domingo en particular. Luego va a su clase y espera que estos nueve niños se conviertan. Sin embargo, él se encuentra con que no sucede, sino que están en el mismo estado que anteriormente. De nuevo les presenta el Evangelio, les exhorta, suplica y llora delante de ellos. Durante la segunda semana sus oraciones son muy fervientes, pero el domingo descubre que ninguno de esos niños se ha convertido aún. ¿Significa eso que Dios no contestará esas oraciones? No puede ser que este querido muchacho siga orando y Dios no lo considere. Pero la razón real es que el corazón de este muchacho no está preparado para la bendición. Si estos niños se hubieran convertido en la primera semana, se atribuiría el mérito; pensaría que ha sido capaz de hacerlo y atribuiría las conversiones a sus súplicas en lugar de hacerlo al poder del Espíritu Santo. Tomaría en buena medida el crédito para sí mismo, aunque podría no ser consciente de ello. Aun así, que siga esperando pacientemente, y cuando su corazón esté preparado para la bendición, Dios se la dará. De esta manera el hijo de Dios tiene que esperar, pero cuando el corazón esté preparado para la bendición, con toda seguridad se le dará. Muchos de los queridos hijos de Dios titubean porque la oración no recibió respuesta de inmediato. Y debido a que durante semanas, meses y años en la oración, permanecen sin respuesta, dejan de pedirle a Dios y así pierden la bendición que, si hubieran perseverado, seguramente habrían obtenido.
Debe notarse especialmente que todos los hijos de Dios, que andan en sus caminos y esperan en Él en oración, tienen, con mayor o menor frecuencia, respuestas a la oración. Ilustraré esto. Todos los que en cualquier medida caminan delante de Dios, al final del día le dan gracias por sus misericordias y se encomiendan a Él para que los proteja durante la noche. Por la mañana descubren que no ha ocurrido ningún incendio y ninguna mano malvada les ha molestado. Aquí hay una respuesta a la oración, y tenemos que agradecer a Dios por ella. Cuanto más observemos estos asuntos, más encontraremos cómo obtenemos respuesta a la oración. Muchos de los que han sufrido de insomnio a menudo, en respuesta a la oración, han tenido un sueño reparador y profundo, y por la mañana han tenido que agradecer a Dios por ello.
Por otra parte, todos tienen que esperar a veces mucho para recibir respuestas a sus oraciones. Muchos de los queridos hijos de Dios tienen que esperar mucho la conversión de sus hijos. Mientras que algunos reciben la bendición muy pronto, otros tienen que esperar muchos años. He tenido respuestas inmediatas a las oraciones, tantas que podría contarlas por decenas de miles. Si digo que durante los cincuenta y cuatro años y nueve meses que he sido creyente en el Señor Jesucristo he tenido treinta mil respuestas a las oraciones, ya sea en la misma hora o en el mismo día en que se hicieron las peticiones, no estaría yendo demasiado lejos. A menudo, antes de salir de mi dormitorio por la mañana, he recibido respuestas a las oraciones que ofrecí esa mañana, y en el transcurso del día he tenido cinco o seis respuestas más; de modo que al menos treinta mil oraciones han sido respondidas en la misma hora o en el mismo día en que se ofrecieron. Pero uno u otro podría pensar que todas mis oraciones han sido respondidas tan pronto. No, no todas. A veces he tenido que esperar semanas, meses o años; a veces muchos años. El hombre que habla en este momento, a quien Dios se ha complacido en honrar dando treinta mil respuestas a la oración en la misma hora o día en que fueron ofrecidas, este mismo hombre ha tenido que esperar muchos años para obtener respuestas a muchas de sus oraciones. Durante las primeras seis semanas del año 1866 me enteré de la conversión de seis personas por las que había estado orando durante mucho tiempo. Por uno había estado orando entre dos y tres años; por los otros, entre tres y cuatro años; por el quinto, unos quince años; y por el sexto, durante más de veinte años. Una vez le pedí una cosa a Dios, que sabía que era de acuerdo a su mente, y aunque la presenté día a día y generalmente muchas veces al día ante Él, con la seguridad de poder agradecerle cientos de veces antes de recibir la respuesta, sin embargo, tuve que esperar tres años y diez meses antes de que se me diera la bendición. En otro momento tuve que esperar seis años; y en otro tiempo once años y medio. En el último caso, presenté el asunto unas veinte mil veces ante Dios, e invariablemente con la más completa certeza de fe, y sin embargo, pasaron once años y medio antes de que se diera la respuesta.
En una ocasión, mi fue fue probada incluso más que en esto. En noviembre de 1844 comencé a orar por la conversión de cinco individuos. Oré todos los días sin uno solo de descanso, ya fuera que estuviera enfermo o saludable, en la tierra o en el mar, y cualquiera que fuese el peso de mis compromisos. Pasaron dieciocho meses antes de que se convirtiera el primero de los cinco. Agradecí a Dios y oré por los demás. Pasaron cinco años y luego se convirtió el segundo. Agradecí a Dios por el segundo, y oré por los otros tres. Día a día seguí orando por ellos y seis años más pasaron antes de que el tercero se convirtiera. Dí gracias a Dios por estos tres y seguí orando por los otros dos. Éstos permanecen aún inconversos. El hombre a quien Dios en las riquezas de su gracia ha dado decenas de miles de respuestas a la oración, en la misma hora o día en que fueron ofrecidas, ha estado orando día a día durante casi treinta y seis años por la conversión de estos dos individuos, y sin embargo permanecen inconversos; para el próximo noviembre se cumplirán los treinta y seis años desde que comencé a orar por su conversión. Pero espero en Dios, sido orando y aún espero la respuesta.
Por tanto, amados hermanos y hermanas, sigan esperando en Dios, sigan orando; solo asegúrense de pedir cosas que sean de acuerdo a la mente de Dios. La conversión de los pecadores es de acuerdo con la mente de Dios, porque Él no desea la muerte del pecador. Esta es la revelación que Dios ha hecho de sí mismo: “No queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”. Sigan, pues, orando; espere una respuesta, búsquela, y al final tendrá que alabar a Dios por ello.
Hay un punto que pondría especialmente en los corazones de mis amados hermanos y hermanas, y es la oración unida. En Mateo 18:19, el Señor Jesús dice: “Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra en cuanto a cualquier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre que está en los cielos”. Por lo tanto, si hay hermanos y hermanas en Cristo que tienen parientes inconversos, y si pudieran unirse con dos o más personas y pedir unidas a Dios que convierta a sus hijos, ¿qué bendición no podría venir de esta manera? Deben defender esta promesa ante el Señor, leerla en voz alta cuando se reúnan y poner el dedo sobre ella, por así decirlo. Si se reúnen una vez a la semana durante media hora, o una vez cada quince días, o tan a menudo como sea conveniente, para suplicar esta promesa ante el Señor, después de un tiempo un padre tendría que decir: “Mi hijo, que casi me rompe el corazón, se ha convertido”; y una madre: “Tengo una carta de mi hija, que hace quince días dejó mi casa, y ha estado viviendo en pecado, diciéndome que ha encontrado al Señor Jesucristo”.
¡Cómo se fortalecería vuestra fe con tal oración unida y tales testimonios! Después de un tiempo, como vuestra fe se fortaleció, orarían unidos por su pastor, para que Dios bendijera más abundantemente sus labores en la conversión de los pecadores y en la bendición de la Iglesia; y a medida que se agrandaran aún más, sus oraciones se extenderían a las misiones y a la circulación de las Escrituras y los tratados. Conoceríais el poder y la bendición de la oración cada vez más abundantemente, y esperaríais fervientemente en Dios, pidiéndole una vez más, en estos días, que concediera un poderoso avivamiento en la Iglesia de Cristo en general.
Si esto fuera así en general, con qué poder los ministros expondrían la verdad del Evangelio, qué bendiciones recibirían nuestras escuelas dominicales, la circulación de las Escrituras, la predicación al aire libre y otras obras cristianas. ¡Dios nos conceda que podamos dedicarnos más fervientemente a la oración!
He encontrado una gran bendición en atesorar en la memoria las respuestas que Dios me da misericordiosamente. Siempre he llevado un registro para fortalecer la memoria. Aconsejo llevar un librito de notas. En un lado, digamos el izquierdo, escribe la petición y la fecha en que comenzó a ofrecerla. Deja en blanco la página opuesta para anotar la respuesta en cada caso, y pronto encontrarás cuántas respuestas obtienes, y así estarás fortalecido; y especialmente verás cuán encantador, generoso y bondadoso es Dios; tu corazón irá aumentando en amor a Dios, y dirás: “Es mi Padre Celestial quien ha sido tan bondadoso, confiaré en Él”.
Con respecto a cualquiera que aún no lo conozca, ofrezca la primera oración esta noche, antes de dejar este lugar: “Muéstrame que soy un pecador”. Cuando vea esto, pídale al Señor: “Ayúdame a poner mi confianza en el Señor Jesucristo”, y descubrirás cuán listo está Dios para bendecir. ¡Que todos los que somos el pueblo de Dios recibamos una bendición, y que nuestros queridos amigos y compañeros pecadores se sientan animados a buscarlo mientras pueda ser hallado! Que Dios lo conceda por amor a Jesús.
Este sermón se trata de una traducción realizada por www.george-muller.es del documento original proporcionado por The George Muller Charitable Trust, fundación que sigue el trabajo comenzado por George Müller y que actualmente trabajan en Bristol, concretamente en Ashley Down Road, y que se dedica a promover la educación, el cristianismo evangélico y ayudar a los necesitados. Para más información, puedes visitar su web www.mullers.org