De Dios – Sermón #17

Un sermón de George Müller de Bristol
Discurso pronunciado por George Müller en la Conferencia de Cristianos en Clifton, el 3 de octubre de 1871.
El pasaje del que se ha tomado el tema es evidentemente el versículo 19 del capítulo 5 de la primera epístola de Juan, que leeré: “Y sabemos que somos de Dios; y el mundo entero está bajo maldad” o el Maligno. El primer punto que se nos sugiere es este: “Sabemos que somos de Dios”. Entonces tenemos que preguntarnos: “¿Sabemos que somos de Dios?”. ¿Cómo puedo llegar a este conocimiento? ¡No por algunas impresiones particulares que pude haber tenido! ¡No esperando algún sueño, o alguna aplicación poderosa de cierto pasaje! No, sino que tenemos que, sobre la base de lo que encontramos en las Sagradas Escrituras, zanjar el asunto. En cuanto a todas las cosas espirituales tenemos que acudir a los testimonios divinos, y solo a los testimonios divinos, para zanjar las cosas, así que también en este punto en particular, si he de saber que soy de Dios, “debo poder poner mi mano sobre lo que está escrito en las Sagradas Escrituras, y por los testimonios divinos resolver el asunto, esto es, que yo soy “de Dios”.
El siguiente punto es, – Qué significa ser “de Dios”. El contexto en el que se encuentra este versículo nos enseñará el significado de lo opuesto. “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno. Naturalmente, todos pertenecemos a la última parte del versículo. Todos estamos naturalmente en el Maligno; es decir, por naturaleza somos hijos de ira, hijos de Satanás, el diablo. Esto debe quedar claro ante nosotros, que no somos naturalmente hijos de Dios, sino pueblo del diablo, que le servimos, que él nos guía según su voluntad, y que nuestros corazones están naturalmente en simpatía con el maligno, obedeciéndole y actuando de acuerdo con sus órdenes. Este es nuestro estado natural, y por lo tanto, estamos haciendo cosas contrarias a lamente de Dios. Buscamos agradarnos a nosotros mismos, servimos al mundo, servimos a la carne, obedecemos a Satanás en lugar de obedecer la Palabra de Dios. Ese es nuestro estado natural. Ahora bien, todo lo contrario de esto es ser “de Dios”.
Entonces, ¿cómo podemos ser “de Dios”? Primero, tenemos que rastrear todo hasta los consejos y propósitos de Dios desde la eternidad. Él nos eligió en Cristo. Él nos aprehendió en Cristo. Él nos predestinó para ser conformados a la imagen de su amado Hijo. Él dispuso las cosas desde la eternidad para nuestra salvación en el Señor Jesucristo. Pero todo esto, aunque es cierto, no nos daría el disfrute de nuestro ser “de Dios”, la bienaventuranza prácticamente de nuestro ser “de Dios”; y por tanto, para ello, tenemos que obedecer al Evangelio, tenemos que creer en el Evangelio, tenemos que poner nuestra confianza para la salvación de nuestras almas en la expiación hecha por el Señor Jesucristo.
Es por la fe en el Evangelio, por la fe en el Señor Jesucristo, por recibir a Jesús, por descansar solo en Él, que llega el gozo de nuestro ser “de Dios”, que la bienaventuranza del mismo llega a nuestras almas. Somos, por la fe en el Señor Jesucristo, “engendrados de nuevo”, según el tercer versículo del primer capítulo del evangelio de Juan: “A todos los que lo recibieron, les dio potestad” – el derecho, el título, el privilegio, la bendición – “de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre”. Así llegamos a ser hijos de Dios, en cuanto al gozo, al poder, la bienaventuranza, el gozo práctico, mediante la fe en el Señor Jesucristo. Por tanto, tenemos que creer en el testimonio de Dios acerca del Señor Jesucristo, tenemos que someternos al Evangelio, tenemos que recibir la expiación, y descansar solo en ella como la base de nuestra aceptación. De nuevo, en Gálatas 3:26 se dice: “Vosotros sois todos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”. Es decir, el gozo, la bienaventuranza, la realización de que hemos sido predestinados por Dios y escogidos en Cristo Jesús, viene a través de la fe. De nuevo, en el primer versículo del quinto capítulo de la primera epístola de Juan, tenemos esta porción: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios”. Por tanto, tengo que creer que el despreciado, el rechazado, el Jesús de Nazaret crucificado es el Mesías prometido, el Salvador, y tengo que depender de Él como tal. Y esto resuelve el asunto de que soy “nacido de Dios”, que soy “nacido de nuevo”, que soy “engendrado de nuevo”, que soy un “hijo de Dios”.
Ahora viene, en conexión con esto, la responsabilidad de todos ellos. “¡Nacido de Dios!” ¡Un “hijo de Dios”! ¡Oh, lo que eso implica!
“Nuestro Dios y Padre, te suplicamos por el poder del Espíritu Santo que nos ayudes a buscar entrar en esto. Oh Dios, Padre nuestro, tus hijos sabemos poco de ello, y podemos hablar solo un poco, y podemos disfrutarlo en una pequeña medida – que somos tus hijos, que somos “de Dios”. Pero todo esto es todavía poco. Sabemos poco del poder de ser “de Dios”, se ser tus hijos, y oramos y te suplicamos, por el poder del Espíritu Santo, que escribas esto tan profundamente en nuestros corazones, que lo imprimas profundamente en nuestros corazones. Afecta nuestros corazones tan profundamente por la consideración de ser “de Dios”, de ser tus hijos, que desde esta tarde y en adelante sea lo más alto en nuestros corazones hasta el último momento en la tierra. Te lo pedimos por amor a Cristo”.
Ahora, por unos momentos, reflexionemos sobre esto. Somos “de Dios”, somos hijos de Dios, no nominalmente, sino realmente, porque participamos de la naturaleza Divina. Hemos obtenido la vida espiritual, mientras que una vez estábamos muertos en delitos y pecados. Y esta vida es la vida eterna. No pereceremos. Somos realmente hijos de Dios. ¡Qué maravillosa bendición esta! “Y si hijos”, según las Escrituras, “entonces herederos, herederos de Dios y coherederos por medio de Cristo”. Ahora, que el alma entre en esta verdad, soy un hijo de Dios. Oh, cómo las cosas de este mundo se desvanecen como nada, como nada en comparación con lo que ya tengo como hijo del Altísimo, en cuanto a lo que tendré en el cielo, ¡todo como nada en comparación con que soy un hijo de Dios! Todo este mundo, con sus honores, con sus placeres, con toda su grandeza, todo es como nada en comparación con lo que tengo y con lo que soy como hijo de Dios. Y por tanto lo que tenemos que hacer, amados hermanos, es esto: Buscar en lo más íntimo de nuestra alma acceder a esta verdad, y con sencillez infantil creer todo lo que Dios tiene en las riquezas de su gracia revelada acerca de nosotros como sus hijos, como sus herederos, como coherederos con Cristo. Cuando el alma contempla esto, que Jesús dentro de poco vendrá de nuevo y nos llevará a Él, que “donde Él está, allí estaremos también”, que Él compartirá la corona con nosotros, y el trono, y nosotros ocuparemos un lugar en el juicio del mundo con Él – cuando el alma entra en esto, cómo se llena de gratitud el corazón a Dios, y dice: “¿Qué puedo devolverte a Ti, mi Dios y Padre, por haber hecho tanto por mí?”. Solo necesita la comprensión de lo que recibimos como hijos de Dios. En un discurso anterior en una de estas Conferencias, mencioné cómo funcionó con respecto a mi propia alma. Fue en febrero de 1830 cuando, por primera vez, mi alma se vio más íntima y fuertemente influida por la comprensión de lo que significaba ser un hijo de Dios. Había sido un creyente durante muchos años, pero lo que no había hecho hasta ese tiempo era buscar entrar más profundo en ello; y no puedo decirte la impresión que me causó. ¡Oh, cómo me insensibilizó al mundo! ¡Oh, cómo llenó mi corazón de amor a mi Padre Celestial, de amor al Señor Jesucristo por cuya muerte expiatoria fui llevado a esta posición bendita, por el poder del Espíritu Santo, por la fe en el Señor Jesucristo! Ahora permitidme instar con afecto a mis hermanos en la fe a que busquen acceder a esto, comprenderlo y orar por ello. Y pedidle a Dios que se complazca en abrir vuestros corazones completamente para recibir lo que Él se ha complacido en decir con respecto a nosotros Sus hijos.
Una palabra más. ¿Somos todos “de Dios”? Nos encontramos aquí como discípulos del Señor Jesucristo, como creyentes en el Señor Jesucristo, y existe la razón más amplia para creer que, por mucho, la mayoría aquí presentes son tales. Pero, tal vez, haya algunos aquí presentes – de hecho, uno tiene razones para temer que haya algunos – que todavía no son “de Dios”. Permitidme deciros afectuosamente una palabra. ¡Oh, este estado, viendo pasar una Conferencia tras otra, y sin embargo permanecer del “mundo que está bajo el Maligno”. Y a medida que pasa un año tras otro, y llegas al final de la vida, ¿qué entonces, si no eres “de Dios”?. Ten por seguro que si sales del mundo como no “de Dios”, es decir, sin haber descansado para la salvación de tu alma en la muerte expiatoria del Señor Jesucristo, no estarás donde está Jesús, no estarás en la casa del Padre, no pasarás una feliz eternidad con el pueblo de Dios con quien te encuentras ahora. Pero anhelamos que tú también puedas ser “de Dios”. Deseamos pasar una feliz eternidad contigo. No estamos satisfechos de encontrarnos contigo solo en estas felices reuniones de la Conferencia, queremos encontrarnos contigo en el cielo. Pero esto no puede ser, excepto que tu corazón haya cambiado por la fe en el Señor Jesucristo. Debes reconocer que eres un pobre pecador miserable. Debes dictar sentencia sobre ti mismo. Debes aceptar lo que Dios con tanta gracia te ha provisto en el Evangelio, en el regalo de Su Hijo. Pero uno tal vez diga: “Nos has estado diciendo que los creyentes “son de Dios” principalmente en lo que respecta a la elección y la predestinación, y no puedo hacer nada para salvarme a mí mismo, sino que debo esperar hasta que Dios lo haga por mí”. Esta es la trampa de Satanás para el pobre pecador. Es muy cierto que no puedes elegirte a ti mismo; es muy cierto que no puedes predestinarte a ti mismo; es muy cierto que no puedes salvarte a ti mismo. ¡Muy cierto! Pero lo que Dios espera es que recibas, como pobre pecador perdido, lo que Él te ha provisto con tanta gracia en el Señor Jesucristo. Si dices: “¡Oh, desearía poder creer!”. Bueno, te lo concedo, no puedes si lo dejas a ti mismo. Pero puedes gemir a Dios: “Señor, ayúdame a creer”. Si dices: “Mi corazón está lleno de pecado y no puedo limpiarlo”, te lo concedo. Pero puedes gemir: “Ayúdame, oh Señor; mírame, pobre, miserable y pecador culpable, a través del Señor Jesucristo”; y tan verdaderamente como desees algo de Dios, encontrarás que Él está más listo para otorgar la bendición que tú para recibirla. Mira toda la vida de nuestro adorable Señor Jesucristo. ¿Alguna vez alguien vino a Él realmente deseando bendición y fue negado? ¡Seguro que no! Si vinieron con respecto a la vista, o al uso del brazo o al poder para caminar; fuera lo que fuera, siempre los recibía. Fueron solo los fariseos y los escribas, los que estaban llenos y no querían ser bendecidos por Él, sino que solo vinieron a tentarlo y a desobedecerlo, los que se fueron sin Su bendición. Pero los pobres, los miserables, los desdichados obtuvieron bendiciones de Sus manos. Venid, pues, pobres, miserables, desdichados, y derramad vuestros gemidos delante de Dios; y decidle al mismo tiempo que queréis a Cristo, que queréis ser salvos por el Señor Jesucristo; y pedidle con lástima y compasión que os ayude, y sin duda, no seréis despedidos con las manos vacías. Luego, cuando hayáis encontrado a Jesús, decidle a otros pobres pecados que habéis encontrado un Salvador precioso.
Y nosotros, hermanos en la fe, busquemos individualmente, en nuestra medida y de acuerdo con la capacidad y oportunidad que Dios nos da, de difundir la verdad, unos de una manera, unos de otra, y todos busquemos hacer algo para difundir la verdad. Si todos no pueden en la misma medida participar activamente, sí que todos pueden dedicarse a la oración, y esa es el arma más poderosa que podemos esgrimir para alabanza, honor y gloria de Dios.
Este sermón se trata de una traducción realizada por www.george-muller.es del documento original proporcionado por The George Muller Charitable Trust, fundación que sigue el trabajo comenzado por George Müller y que actualmente trabajan en Bristol, concretamente en Ashley Down Road, y que se dedica a promover la educación, el cristianismo evangélico y ayudar a los necesitados. Para más información, puedes visitar su web www.mullers.org